No al grado a que llevó las relaciones con Cuba y Venezuela, pero el presidente Fox alteró también las de Argentina en México, durante y después de su participación en la IV Cumbre de las Américas, al comenzar noviembre de 2005, en Mar de Plata.
Poseído de un papel que hubiera cuadrado mejor al presidente Bush, Fox pretendió introducir en la agenda de esa reunión un tema no previsto y grato a Washington, el de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, ALCA. El anfitrión Néstor Kirchner lo paró en seco, acaso ya molesto porque previamente Fox había denunciado la politización de la junta. Cuando ésta había concluido el mexicano fue más allá. Opinó que Kirchner “estaba más orientado a cumplir con la opinión pública argentina y con la imagen del presidente ante los argentinos que con el logro eficaz de una cumbre exitosa”. Fox había declinado asistir a una de las cenas de la reunión y un desayuno acordado entre ambos mandatarios tuvo que suspenderse.
Once meses después, como presidente electo, Felipe Calderón viajó a Sudamérica e incluyó a Buenos Aires en su bitácora. El encuentro con Kirchner fue breve y no apuntó hacia ninguna parte. A diferencia de entonces, la visita del presidente argentino a México imprimió un nuevo tono a la relación entre los dos países. En el ámbito formal, se firmó un acuerdo de alianza estratégica, abarcante de varios temas de interés común, que conviene a sociedades y economías con intercambios crecientes. Y a iniciativa de Kirchner, aunque ello tenga más de retórico o cuando más de buenas maneras, cada uno llamó amigo al otro. Si bien una mediación fue rechazada por innecesaria, el presidente argentino se manifestó dispuesto a hacer valer sus buenos oficios para aliviar la relación mexicana con Venezuela. Y en un discurso ante el Congreso se alineó con la posición de México de rechazo a la construcción de muros entre nuestro país y Estados Unidos. Kirchner recibió también las llaves de la Ciudad de México, de manos del jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. De esa suerte, el mandatario argentino mantuvo contactos con representantes de las principales fuerzas políticas ante las que expuso sus propias convicciones.
Kirchner fue un militante de la juventud peronista, en la izquierda del Partido justicialista. Vuelto a su estado natal, Santa Cruz, tras graduarse como abogado en Buenos Aires, dedicó algunos años a la práctica profesional y luego lo mismo que su esposa, abogada también, entró en la política formal. En 1991 él fue elegido gobernador de su provincia y ella diputada local. Mientras él fue reelegido en dos oportunidades, ella pasó a ser diputada federal y senadora. Se trata de carreras paralelas, desarrolladas a partir de los méritos de cada quien, aunque es claro que la compañía conyugal y la sinergia política generada por esa circunstancia rindió beneficios a cada uno.
En abril y mayo de 2003 el gobernador de Santa Cruz casi no fue elegido presidente de la República. Quiero recordar al decirlo así la azarosa situación en que fue colocado por Carlos Saúl Menem, el impugnado ex presidente que pretendió volver a la Casa Rosada, no obstante la impresión o la evidencia de corruptelas, las suyas propias y las toleradas. El electorado lo castigó ofreciéndole sólo el 25 por ciento de los votos en la primera vuelta, en la que Kirchner fue segundo con 22 por ciento. En vez de medirse con el santacruceño, temeroso de que la decisión de los votantes le fuera en la segunda vuelta todavía más rotundamente adversa, Menem se retiró y su adversario quedó elegido con una porción muy menguada del electorado.
Eso no obstante y más precisamente para ganar voluntades populares, Kirchner se ha afanado en la reconstrucción de una economía cuyo deterioro (a que no fue ajena la corrupción) castigó a los argentinos y forzó una migración numerosa y en el castigo a crímenes del pasado como parte de una activa política de derechos humanos. Ha sido un presidente exitoso en ambos campos y ha generado una reivindicación del peronismo, abatida por el estilo personal y los intereses de Menem. Su índice de popularidad lo ha situado más de una vez a la cabeza del reconocimiento público a los mandatarios latinoamericanos y le permitió considerar la presentación de su candidatura a la reelección, en los comicios del próximo octubre.
Pero su esposa, la senadora Cristina Fernández goza de un asentimiento todavía mayor, por lo que la pareja quedó en el dilema de decidir quién aspiraría a la Presidencia. En dos tiempos prudentemente administrados, primero Kirchner se declaró al margen de la contienda por permanecer en el cargo y después ella aceptó su candidatura. Apenas tomada esa decisión las encuestas muestran el alto grado de preferencias que ha conseguido, al punto de que si no fuera imprudente predecir en agosto lo que ocurrirá en octubre podría asegurarse que sucederá en la Casa Rosada a su esposo, en la culminación de su propia carrera, no como consecuencia del trayecto de su marido, como en su momento pretendió hacer Marta Sahagún de Fox.
La ex primera dama mexicana fue necesariamente evocada durante la visita de los Kirchner, concluida anoche, no sólo por ese contraste sino porque en una sabia reivindicación pública fue invitada a la comida principal del encuentro presidencial la periodista Olga Wornat, argentina residente en México. Lucha todavía en los tribunales contra una abusiva acusación iniciada desde la Presidencia de la República.