EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Los nuevos paraísos

Adela Celorio

Si el amor y la sexualidad, la osadía, la sed de aventura y la alegría no han sido siempre atributos naturales de los jóvenes ¿entonces de quién?

Lo único que cambia es la forma en que estos atributos se manifiestan.

Los jóvenes antiguos y provincianos, además de reírnos de todo y por todo, de aprovechar cualquier motivo para celebrar nuestra fresca y floreciente vida, para poder experimentar nuestras primeras escaramuzas amorosas y husmear en la incipiente y prohibidísima sexualidad; organizábamos tardeadas, aunque no con la frecuencia que nos hubiera gustado porque tampoco era cosa de ser ajonjolí de todas las fiestas.

Había que darse a desear, dejarse ver y ocultarse. “Hay que mantener el misterio” ordenaba mi abuela aunque nunca dijo en qué consistía el tal misterio. La diversión no era un derecho sino un privilegio que había que conquistar (con calificaciones, buen comportamiento, obediencia) y que nos podía ser retirado sin ninguna explicación: “simplemente porque lo ordeno yo que soy tu padre”.

Cumplidos los requisitos finalmente tocaba tardeada. Las niñas preparábamos mediasnoches, cocacolas y pastel. Engominada la “cola de caballo” y apuntalada la autoestima en vaporosas crinolinas, esperábamos a los niños para bailar de seis a diez (el alcohol y la madrugada eran territorio exclusivo de los adultos) con el sonido de un inofensivo tocadiscos.

Al desarmarnos con el “Rock del Angelito” y “Las clases de Cha Cha Cha”, teníamos la sensación de estar inventando la juventud. Baladitas de Enrique Guzmán y César Costa ponían letra y música a nuestros incipientes amores: noviecitos de mano sudada, besos en la matiné y fidelidad absoluta.

Sólo dos importantes bailes al año (en los que ataviadas con primor y con la solemnidad de la marcha Ahída; éramos entronizadas en el mercado matrimonial) nos daban la oportunidad de bailar suave, dulcemente “Polvo de Estrellas” bajo la batuta de Ray Coniff. Pegar el cachetito al de algún joven era señal de compromiso oficial. De ahí a “en riqueza y en pobreza, en salud y en enfermedad…” no había más que un paso.

Con tales antecedentes, nada tiene de extraño que al observar la forma en que los jóvenes recuperan su naturaleza instintiva y en los rituales de la noche mágica de las discotecas de este globalizado mundo expresan libremente su sexualidad y se desmadran con la música, nada de extraño insisto, que al ver la libertad con que mueven sus hermosos cuerpos metidos con calzador en los jeans; mi primer impulso sea gritar: ¡descarados! es decir que no tienen cara. Son cuerpudos, hermosos y dueños del día y de la noche. ¡Descarados! grito porque no me atrevo a confesar que la libertad que gozan los muchachos me provoca una envidia amarilla.

Desgraciadamente todo tiene su lado oscuro. El Sida y la droga asechan a nuestros hijos en los nuevos paraísos que nosotros los mayores, hemos inventado para ellos.

No tengo elementos para medir, pero creo que el enemigo más dañino por frecuente y por común, es el alcohol que se vende indiscriminadamente a los menores de edad. Ahora no sólo se trata del copeo en el antro donde con frecuencia les exigen consumir una botella para darles derecho de mesa, sino de la moda del pre-copeo para que los chicos no se aburran mientras esperan a que abran la pista del antro. Además están los bares “afters hours” para seguir copeando hasta que el cuerpo aguante; y como son jóvenes aguantan mucho.

Cada vez que me entero de las vidas malogradas por este derecho de nuestros hijos a la diversión que confunden fácilmente con felicidad, hasta mi envidia amarilla se enluta.

adelace2@prodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 304757

elsiglo.mx