Hemos escuchado al inicio de cada sexenio la promesa de sacar de la miseria a los mexicanos más necesitados. Luego, al final de cada Administración, se da una excusa cualquiera por no haber sabido arrancar esa mala hierba. Se ha llegado al colmo de las expresiones de dolor, por no haber acertado a combatir esa lacra social, de llorar en plena tribuna de la Cámara de Diputados. Lágrimas de cocodrilo, ficticias, resultado de simular una pena, no se entiende de otra manera. Tarde ya, cuando el poder se ha alejado de las manos del plañidero.
Durante el periodo presidencial se vio que tanto priistas como panistas no se preocuparon, en lo más mínimo, por socorrer mediante medidas adecuadas a las clases marginadas. Eso, creo, ha hecho enfermar a esta sociedad que para curar sus estrecheces, tiene que mandar a sus jóvenes al otro lado de la frontera o de plano, se ve obligada a ajustarse el cinturón o crear gángsteres parecidos a los que hicieron célebre al Chicago de los veinte. La purulencia que aloja el cuerpo social se ve supurada en la impunidad con la que se mueven ciertos sectores sociales. Ahora se dice que van a corregirse las desigualdades sociales mediante el combate a la pobreza para lo cual se pide la aprobación de una reforma fiscal. No se establecen las reglas que van a regular los ingresos, tan sólo que se acude a una mayor recaudación.
Por lo pronto, algunos gobernadores han vuelto a las andadas del pasado, secundando sin un sólido razonamiento, todo aquello que emana de la oficina del Ejecutivo Federal. Si somos capaces de remontarnos en una mítica máquina del tiempo al ayer, esos ejecutivos estatales siguen igual que antes, levantando el dedo para apoyar las medidas, en este caso fiscales, en una manifestación de voluntades sujetas a las disposiciones del actual huésped de Los Pinos. No se ha escuchado en la propuesta el por qué se debe hacer la Reforma. Lo único que se dice es que se recaba muy poco, que el Estado requiere de un gasto fuerte para remediar la situación de pobreza en que se encuentran cuadros sociales secularmente privados de la riqueza que produce este país.
Nada hasta ahora de lo que se haya dicho indica que las cosas vayan a cambiar para beneficiar a las grandes masas que sufren los efectos de la miseria. Un misterio ha rodeado la reforma que pretende impulsar este Gobierno. No se sabe, bien a bien, hacia dónde va dirigida. Puede haber una sorpresa, pero no se conoce con certeza quiénes serán los sorprendidos.
Hacemos votos por que no termine esto en un parto de los montes. El Ejecutivo Federal acaba de citar el ideario de José María Morelos y Pavón quien en su tiempo hizo un llamado a moderar la opulencia y la miseria, afirmando que los reclamos del libertador siguen vigentes después de dos siglos. Lo que en una primera mirada, a lo que se ha dicho de la reforma, no se contempla extenderla al actual régimen fiscal de Pemex. Se trata, dijo el presidente, en alocución vertida el martes anterior, que ha llegado el momento de pagar la deuda que se tiene con los mexicanos que menos tienen. Que ese México ha esperado ya demasiado. Que el combate a esa problemática reside en el fortalecimiento de las finanzas públicas. Que esa vigorización se tendrá que acompañar de un cambio en el monto de los recursos y en la manera en que se gastan. Que en base a ello “se tiene que actuar aquí y ahora mismo reducir las terribles condiciones de pobreza en la que vive la mitad de la población del país”.
Lo mejor de esta perorata presidencial es que, a diferencia de los gobiernos anteriores, se hace al inicio de la Administración actual.
En Puruándiro, Michoacán, el presidente precisó, que se trata de financiar las obras que hacen falta por lo que estamos, los mexicanos, obligados a hacer un enorme esfuerzo. Agregó que hay una enorme deuda social por pagar a todos los que han sido excluidos del desarrollo económico entre los que destacó a los campesinos y a los indígenas. Insistió en que no se puede ni debe haber oídos sordos a los clamores de ese México abandonado, marginado, que ha esperado ya demasiado. Palabras del presidente que calaron hondo en los sectores más favorecidos de este país.
Lo que ignoro es cómo los va a convencer para que suelten la marmaja. A estas horas los cabilderos de los grandes capitales ya estarán asomándose a las butacas de los legisladores. A menos que se pretenda disfrazar una acción que no vaya más allá de un bonito discurso aplicando la frase consabida de: vamos a cambiar, para que las cosas sigan igual, esperemos sonoras protestas.
Al parecer el Gobierno se ha dado cuenta de que esto de la pobreza no da para más. Lo peor es que esta medida no tiene precedente. El único recuerdo que me viene a la mente son las medidas tomadas por Antonio López de Santana, que en eso de gravar era un artista, pues le fijó impuestos a puertas y ventanas de las casas. Se pretende impulsar, con la propuesta de reforma fiscal, una mayor actividad económica.