Hubo varios intentos para abrir los procesos electorales internos a la democracia, en Torreón y en Gómez Palacio. Aquí con doce precandidatos y al otro lado del río, con cinco. Me interesa destacar a los que se dio en llamar los quíntuples de Loret de Mola, entre los cuales se encontraba el abogado Guillermo Aragón Beltrán, el agricultor Jesús M. Romo y el comerciante José Rebollo Acosta. Aceptaron las reglas de juego que les marcó el entonces presidente del CEN del Partido Revolucionario Institucional, Carlos A. Madrazo. Ocupaba la silla del Ejecutivo Estatal Enrique Dupré Ceniceros, al que se le amarraron las manos para que no las metiera donde no debía. Todos se comprometieron a que la elección fuera justa sin la acostumbrada “cargada” para ninguno de los aspirantes. Los sectores del PRI municipal deberían mantener su imparcialidad para que la masa priista escogiera libremente de entre los cinco al que mejor les conviniera. Hubo ante esta apertura un movimiento ciudadano dirigido a acudir a las urnas como nunca se había visto en La Laguna de Durango, convirtiéndose en una verdadera fiesta cívica. El agraciado con la voluntad mayoritaria, en un reconocimiento de todos los precandidatos, fue Rebollo Acosta, cuya victoria fue tanto glamorosa como abrumadora.
Poco después vendría el derrumbe del gobernador que fue echado sin contemplaciones al decretar el Senado de la República la desaparición de los poderes en Durango, cayendo Dupré Ceniceros, los diputados al Congreso local, los magistrados y toda la riada de presidentes municipales. No quedó ningún funcionario de elección que debiera su proyección política al defenestrado gobernante. Era una época en que el presidencialismo tenía un poder absoluto con el que nadie se atrevía a disentir. Eran los días en que campeaba Adolfo López Mateos, presidente de la República, cuya voluntad era acatada en aquella parafernalia en que todos rendían sus espadas como si se tratara de súbditos de un monarca. El hincar una rodilla en tierra mirando al suelo era lo correcto esperando la gracia del poderoso.
Los senadores, para la sucesión presidencial habían formado un grupo que encabezaba Manuel Moreno Sánchez, entre los que se encontraba Enrique Dupré, quienes apoyaban como sucesor de López Mateos al doctor Emilio Martínez Manotou, calentando el ambiente al referirse con desprecio a Gustavo Díaz Ordaz, a la sazón secretario de Gobernación.
El gran dedo, supremo dedo, apuntaría hacia este último, quien ascendió sin mayores trámites por lo que los días de Dupré estaban contados. La conjugación de una norma constitucional, la sumisión de los senadores encargados de aplicarla y la implacable decisión del Señor del Gran Poder, trajo como consecuencia la desaparición de poderes en Durango.
El único que permaneció en su puesto, de los alcaldes de ese entonces, lo adivinó Usted, como un reconocimiento implícito a su arribo al poder, resultado de un proceso absolutamente democrático, sería JRA. Sé de lo que estoy narrando, pues participé personalmente como observador en cada una de las etapas que condujo a José Rebollo Acosta a figurar como candidato.
De ahí que obtenga mayor peso de veracidad la afirmación que hago en el sentido de que por primera vez en muchos años hubo en el PRI una selección que dejó satisfecho al grueso de la población.
Las elecciones en que contendieron los demás partidos políticos fueron de mero trámite con una votación copiosa a favor de Rebollo quien durante su Administración hizo un papel relevante, tanto que le mereció que años después repitiera en el cargo. Es decir, dos veces ocupó la alcaldía en la Presidencia Municipal, en ambas ocasiones contó con el apoyo de sus compañeros y luego de los electores en los comicios constitucionales.
Era Rebollo un respetado comerciante de la localidad, que demostró una praxis política, producto de un sentido común, que le ganó la voluntad de los gomezpalatinos. Tendía a mostrarse gentil con los humildes. Tenía ese fino olfato para descubrir qué camino tomar cuando se hallaba en una encrucijada. Su talante era el de un caballero cuya palabra empeñada valía más que un documento oficial. No llegó al Palacio de Zambrano, bello edificio de patios espaciosos, con baldosas de cantera, de amplios ventanales que recuerdan los tiempos de la Colonia, por ese prurito centralista que no permite que ejerza el poder político gente del interior del Estado.
No incursionó en ningún otro puesto dada su arraigada convicción democrática que le impidió prestarse a los acostumbrados chanchullos y componendas de la claque política.
En fin, he viajado en el vetusto carro del ayer, recordando hechos, actitudes, anécdotas, que quedaran para siempre en la historia de esta región. Habrá, no lo dude usted, nuevos acontecimientos en que será el ciudadano quien decida cuál es el rumbo que debe tomar ese industrioso municipio.
En unas semanas más habrá elecciones para determinar por cuál de los candidatos se inclina el electorado. De aquellos fabulosos días nada queda, como no sea el escoger al hombre adecuado que siga adelante con la modernización de ese esforzado municipio. Donde al parecer ha incubado lo que se buscaba cuando el yucateco Loret de Mola trajo a sus quintillizos. ¡Qué tiempos aquellos!