Lula, el arte de la política con carisma
Lo que dicen muchos brasileños, incluso respetados analistas y hasta enemigos políticos, es que el presidente es un ‘mito político’.
¿Qué más se puede decir de un hombre que construyó su liderazgo con pobreza, derrotas electorales y una invulnerabilidad para las denuncias, en proporciones similares y que no lo rozan por más letales que éstas sean? Lo que dicen muchos brasileños, incluso respetados analistas y hasta enemigos políticos, es que el presidente es un “mito político”, sólo diferenciado de Getulio Vargas (1930-1945 y 1950-54) y Juscelino Kubischek (1956-61), que él es “un mito viviente”, revestido con el aura de aquellos que nada los tumba o los lastima y actor preponderante de la escena política de su país y de la geopolítica regional.
Luiz Inácio da Silva, apellido común si los hay en Brasil, es el séptimo hijo de una pareja de campesinos analfabetos del pequeño poblado de Garanhuns, en el sertao pernambucano. Como el resto de la familia, tenía un sobrenombre: Lula (Calamar), el que con el tiempo no sólo añadió legalmente a su identificación, sino que supo convertirlo en la marca registrada de una forma de hacer política en el país del subcontinente sudamericano.
La de Lula es una historia digna de novela. El joven surgido de los extractos más bajos de la sociedad que llega a la Presidencia vía el sindicalismo. Fue en 1980 cuando su nombre comenzó a sonar en Brasil, durante la huelga del ABC paulista e industrial contra la dictadura militar. Un Lula, más gordo y joven, líder de los metalúrgicos quedó grabado en el inconsciente de la sociedad brasileña subido en el palco arengando a más de 100 mil obreros en el estadio de Vila Euclides. A partir de ahí, la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT), la fundación del Partido de los Trabajadores, sus tres derrotas en elecciones presidenciales y su bulliciosa llegada al poder el primero de enero de 2002, sólo comparada con la de Nelson Mandela en 1994.
El Lula presidente que no perdió ese carisma a prueba de todo, pero sí el pudor para confesar que nunca fue de izquierda, como casi todo el mundo creía. Un político que, fiel a su origen sindical, hizo de la negociación un arte. Lo que explica que haya convencido a empresarios y banqueros, al establishment en su conjunto, de que un Gobierno suyo no sería un peligro o de mantener una relación de cercanía con George W. Bush.
Su primer mandato estuvo signado por haber reducido el número de pobres (11 millones), si bien no al ritmo que lo había prometido y por sucesivas denuncias de corrupción en su entorno.
Sus primeros meses de su segundo mandato, que comenzó en enero, están marcados por el Plan de Aceleración del Crecimiento Económico (PAC) —con el que busca mejorar los índices de crecimiento y de pobreza— y la crisis área que ya se cobró (en dos accidentes) 352 víctimas.
Por tamaño y por peso económico, Brasil lidera en Sudamérica. Lula se propuso revitalizar ese liderazgo en hechos concretos. Pero en esa empresa sufrió sucesivos traspiés. Las cada vez más frecuentes desavenencias con su par venezolano, Hugo Chávez y la promocionada nacionalización del gas boliviano anunciada el primero de mayo de 2006 por Evo Morales.
En estos días fueron los primeros efectos del acercamiento a la Administración de Felipe Calderón. Chávez sorprendió al anunciar el restablecimiento del nivel de las relaciones con México, al advertir la jugada del “amigo Lula”, como lo llama cuando quiere poner distancia con Brasil, cuyo Congreso viene impidiendo el ingreso de Venezuela al Mercosur.
Ese es justamente el rol que Washington esperaba de su principal aliado sudamericano. El de articular una política que contenga las sobreactuación de Caracas.
Libra imagen pese a escándalos
El presidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, representa el extraño caso de un gobernante que pese a vivir rodeado de escándalos y conflictos severos, mantiene intactos imagen y prestigio.
El último, cuyos efectos sobre la imagen presidencial aún se desconocen, fue el accidente del aeropuerto de Congonhas, donde el pasado martes murieron unas 200 personas tras despistarse un avión de la aerolínea TAM.
Fue el punto crítico de una serie iniciada en septiembre de 2006, con la muerte 154 personas en la caída de un avión de la empresa GOL en Mato Groso, y que desató un conflicto con los controladores aéreos.
Pero en estos 5 años los escándalos de corrupción golpearon a figuras del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y hasta al propio hermano de Lula.
No obstante, una encuesta de la empresa Data Folha reveló que Lula cuenta con la simpatía de 87 por ciento de los brasileños, entre quienes consideran su gestión como bueno o muy buena (52 por ciento) y quienes la juzgan excelente (35 por ciento).
La misma firma dijo que Lula fue considerado como el mejor presidente de la historia reciente, tras la salida de la dictadura en 1985, muy por encima de su oponente Fernando Henrique Cardoso que apenas tiene 12 por ciento de las adhesiones.
Lula enfrentó el último escándalo, el 7 de julio pasado, cuando la Policía acusó a su hermano Germinal da Silva, alias Vavá, por tráfico de influencias con empresarios del juego clandestino.
Una investigación secreta llamada Jaque Mate, terminó con 80 detenidos entre los que no estaba Vavá.
Los casos más duros ocurrieron en 2005, cuando perdió a su jefe de Gabinete, José Dirceu y en 2006 a su Ministro de Economía, Antonio Palocci.
Dirceu cayó en el escándalo por una red de sobornos alimentada con dinero negro con el que pagaban a legisladores opositores su apoyo a iniciativas oficiales.
La crisis arrastró también al presidente del PT, José Genoino y a una docena de legisladores derechistas que se presentaban como imagen de la pureza.
Palocci perdió el cargo por casos de corrupción cometidos entre 2001 y 2002 cuando era intendente de la ciudad paulista de Riberao Preto.
Pero no sólo en el partido oficialista hay manos sucias, sino también en los aliados del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), cuyo máximo dirigente y presidente del Senado, Renan Calheiros, cayó en junio cuando se supo que una empresa constructora financiaba el alquiler de su ex esposa y la educación de su hija, entre otros.
También del PMDB era el Ministro de Energía, Silas Rondeau, quien renunció en mayo acusado de haber desviado en su beneficio 50 millones de dólares destinados a obras públicas en pequeños municipios.