No podemos decir que la muerte de la profesora Guadalupe González Ortiz nos haya tomado de sorpresa. Para su buena fortuna y la de su familia, Lupita tenía cultura y edad suficientes para saber esperar con serenidad, paciencia y lucidez el momento de su partida hacia el más allá.
“Hay Lupita para rato” le dije alguna vez al responder una de sus llamadas telefónicas; siempre bienvenidas y gratas, pues varias veces tuvo la generosidad de congratularse por mis columnas y hacerme ver mis frecuentes errores.
Ahora evoco las circunstancias y el año en que nos conocimos. Lupita ocupaba entonces el cargo de segundo Síndico del Ayuntamiento de Saltillo (1955-1977) presidido por don Manuel Valdés Dávila. El primer Síndico era don Ildefonso Gómez y los regidores, del primero al cuarto, eran respectivamente Joaquín Arizpe de la Maza, Nicolás Cuevas Sánchez, Víctor Cerecero y Juan Morales Olivo. El secretario de la comuna era Rafael Cepeda Castillo y don Francisco Martínez Soto cuidaba la tesorería del municipio.
En 1956 el columnista era director editorial del “Heraldo del Norte” una empresa que fue prácticamente regalada para su quiebra económica a la cadena periodística del coronel José García Valseca, un personaje de ínfimos escrúpulos. La donación fue presionada por don Adolfo Ruiz Cortines, presidente de la República pues su amigo Pepe no quería competidores en ninguna parte; y menos con accionistas influyentes como los que tenía el Heraldo. Recién había empezado a publicar “El Sol del Norte”.
Don Román Cepeda, el socio mayoritario, dio instrucciones en mi presencia al administrador del periódico para entregar la empresa. “Orozco, tú seguirás como director” agregó el entonces gobernador de Coahuila. En aquellos días yo convalecía de un accidente laboral que me dislocó una vértebra lumbar. No tenía ánimo ni para las cortesías. Le respondí: “Fíjese que no, don Román. No me agrada la mala fama del nuevo dueño”. Así pues quedé enfermo y sin empleo.
A los pocos días el propio gobernador habló conmigo para preguntar por mi salud y agregó“¿Tienes ganas de trabajar?... Yo contesté: Tengo necesidad.
¿En qué puedo servir?... “Te van a ofrecer algo: acéptalo”. Media hora después me hablaba don Manuel Valdés Dávila, alcalde de Saltillo, para invitarme a sustituir a Rafael Cepeda en la Secretaría del Ayuntamiento.
A éste lo busqué para cerciorarme de que no ser actor involuntario en una injusticia. Él ya era concesionario de la Lotería Nacional, así que ni siquiera le había importado conocer el motivo de su relevo.
El Cabildo estaba integrado con ciudadanos dispuestos a servir. Joaquín Arizpe de la Maza aportaba una gran experiencia administrativa y Lupita González Ortiz ponía el toque de prudencia en las decisiones difíciles.
Don Manuel Valdés Dávila, fruticultor en la Sierra de Arteaga, me encargó atender a los ciudadanos en sus problemas. Lupita era mayor que yo, pues nació en 1911 y se graduó de maestra en 1928, por la Escuela Normal de Coahuila. Tenía diplomados en Trabajo Social y en Periodismo y había sido maestra en las escuelas Miguel López y Coahuila, así como en la Rural Federal del Ejido Angostura. Ya casada con el profesor José Maldonado Rivera, Lupita trabajó arduamente en las zonas indígenas de Oaxaca, Guanajuato, Hidalgo y la Sierra Tarahumara chihuahuense. En Saltillo devino impulsora de dos escuelas profesionales: la Preparatoria Nocturna para Trabajadores y la de Trabajo Social, ambas dentro de la Universidad de Coahuila.
En 1959 un grupo de militantes de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares emprendimos una campaña democrática con el fin de refrescar los liderazgos del Sector Popular en Coahuila. Lupita González Ortiz se nos unió rodeada de un grupo de valiosas mujeres y en 1960 cuando asumimos la dirección de la Federación de Organizaciones Populares de Coahuila formó parte integrante del comité ejecutivo estatal como secretaria de acción femenil; luego en 1961 logró ser la primera mujer diputada en la Legislatura de Coahuila. En sucesivos gobiernos estatales la profesora González Ortiz desempeñaría varios y diversos cargos oficiales, pero jamás dejó de luchar por las causas sociales de su género y de su partido.
Después de ella vinieron otras mujeres a enaltecer y a dignificar la actividad política. Los antiguos políticos hacían bromas privadas de la participación femenina, pues el machismo estaba en su apogeo. Ni a Lupita, Herminia Aguillón, Dorotea de la Fuente, Estela Barragán, Martha Elena Flores Padilla, Cuquita Zertuche, Chabela de León, Concha Barrera y otras más las detuvo la feble resistencia masculina. Aún quedan rezagos de un inconcebible machismo, pero no hay duda que se ha avanzado en reconocer la sana influencia que las mujeres coahuilenses han impuesto en la política. La profesora Lupita, siempre bien recordada, podrá descansar en paz.