Llegó sin avisar y se presentó a sí misma:
-Soy la letra muerta.
Yo me quedé alelado: jamás me había hablado alguien sin vida, y se lo dije.
-En eso estriba su equivocación -me corrigió-. No hay letras muertas. Todas estamos vivas. Quien diga que algo es “letra muerta” incurrirá en error, pues no hay nada más vivo que las letras. Cada una de nosotras tiene historia; todas servimos para que el hombre manifieste su humanidad a través de la palabra. Diga usted eso a sus lectores.
Pongo aquí, pues, lo que la letra muerta me pidió. Ojalá por mi condición de escritor desconocido no quede todo en letra muerta.
¡Hasta mañana!...