Asisto, maravillado y sorprendido, al tianguis del barro que los habitantes de los once pueblos de la sierra michoacana hacen en Uruapan con motivo de la Semana Santa.
Barro, barro prodigioso de los indios, cuyas manos parece que acarician cuando lo modelan. Barro versicolor, policromado. Barro negro, y amarillo, y rojo; barro gris, ocre barro. Y barro azul, y verde, lleno de mil figuras mágicas pintadas con tintas sacadas de la tierra, o de los árboles, o de insectos ignotos.
Ahí los sabios alfareros; los artistas de minucioso pincel con sus mujeres y sus niños de rostros hermosísimos y ojos más grandes que toda la redondez del mundo. En ellos, que no en nosotros, está México en toda su profunda verdad y su grandeza.
Aconsejado por mi amigo de Uruapan, regateo. Uno ya se hizo a regatearlo todo. ¿Cuánto cuesta esa Última Cena con apóstoles que comen rebanadas de sandía?
-Cuesta 500 pesos, señor.
-Doy 250.
-Llévesela por 300, y es barata. Le sale a 20 pesos cada apóstol, y a 60 Jesucristo.
¡Hasta mañana!...