Yo ya no me hago propósitos de Año Nuevo.
¡Es tan largo un año, y más cuando es nuevo!
Lo veo ante mí y se me vienen encima sus doce meses, sus cincuenta y dos semanas, sus trescientos sesenta y cinco días.
Ante esa mole de tiempo mis loables propósitos y buenas intenciones quedan reducidos a su mínima expresión, y yo con ellos.
He encontrado un modo mejor, que no fracasa como fracasan generalmente los propósitos de Año Nuevo.
Ahora me hago propósitos de Día Nuevo.
Sólo por hoy me daré tiempo para leer algunas páginas de ese libro. Sólo por hoy contestaré aquel mensaje del amigo lejano. Sólo por hoy seré un mejor marido, un mejor padre, un abuelo mejor. Sólo por hoy haré todo lo que debo hacer...
En vez de propósitos de Año Nuevo me hago propósitos de Día Nuevo, y los renuevo cada día.
Después de todo un día no es nada. Aunque, pensándolo bien, después de nada un día lo es todo.
¡Hasta mañana!...