En la vigésima asamblea del Partido Acción Nacional celebrada el fin de semana pasado, su aún dirigente Manuel Espino Barrientos, logró unificar al panismo de todo el país, pero en su contra.
Manuel Espino es un panista duranguense surgido de los grupos católicos juveniles con reminiscencias cristeras, que hace décadas lucharon contra el comunismo en el marco de la guerra fría.
Como en aquellos días el régimen de partido de Estado acaparaba el escenario político electoral del país, el conflicto se ubicó en el ámbito cívico social y el debate ideológico se refugió en los recintos universitarios.
La lucha privilegió como métodos la conspiración y la violencia y heroísmos aparte, generó visiones maniqueas, perfiles agresivos y actitudes radicales. Ambos bandos adquirieron y proclamaron una visión apocalíptica del mundo y a la postre, ni triunfó el comunismo de manera fatal y dogmática como había sido anunciado por los profetas de la revolución mundial, ni la caída de la cortina de hierro ni la del régimen soviético han sido la panacea para resolver los problemas del mundo. La historia de la humanidad simplemente continúa.
El fin de la guerra fría trajo nuevas oportunidades de participación en la democracia y los partidos políticos abrieron sus puertas a todas las tendencias inclusive a las consideradas extremistas, como lo prueba la presencia de ex guerrilleros en las filas de algunos de los partidos que hoy se presentan como de izquierda.
Bajo una dinámica similar Manuel Espino escala la estructura del PAN hasta llegar a la cúpula, mediante una operación que sus detractores califican como “asalto”, pero que en rigor consiste simplemente en una oportunidad histórica desperdiciada por parte de Espino Barrientos y su grupo, para integrarse plenamente al proceso democrático.
Lo anterior porque lejos de comportarse como un verdadero demócrata, a su paso por la dirigencia panista Manuel Espino generó una multitud de agravios, producto de un estilo sectario, autoritario y excluyente que lastimó en la práctica a todas las diversas corrientes del PAN y dividió a la suya propia.
Manuel Espino apoyó la precandidatura de Santiago Creel en la antesala de las últimas elecciones federales y su derrota debió enseñarle a respetar el sentido de los resultados. En lugar de ello Espino mantuvo una actitud fría a los intereses de su partido a lo largo de la campaña; durante el conflicto post electoral desapareció de la escena y en forma increíble se ausentó del país. En los últimos seis meses que son los primeros de la Presidencia de Calderón, no hizo sino enfrentarlo y ponerle piedras en el camino.
En el transcurso del conflicto post electoral que vivimos todos los mexicanos, quienes dieron la cara por Calderón y por el PAN fueron Germán Martínez, quien defendió la causa panista ante las instancias electorales y César Nava, secretario adjunto del Comité Ejecutivo Nacional de dicho partido, quien hizo las veces de Espino durante su injustificada ausencia. En la actualidad, ambos personajes son candidatos naturales a convertirse en líderes del panismo nacional.
A los antecedentes mencionados se debe la rechifla que sufrió el sábado pasado Manuel Espino y con mayor razón si se considera que el discurso de apoyo tardío al presidente Calderón, fue percibido por los delegados a la Asamblea panista como una muestra de cínico oportunismo.
Desde luego que los adversarios de Espino no deben festinar el abucheo, porque con todo y las razones que lo explican, es un desborde pasional que obliga a reflexionar a los protagonistas y de manera especial al propio Manuel Espino, quien como buen sembrador de vientos que es, hoy cosecha tempestades.
Correo electrónico:
lfsalazarw@prodigy.net.mx