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Manuel Espino y Camilo Mouriño, la insana distancia

Jorge Zepeda Patterson

Es irónico que los personajes de mayor peso político e influencia en el sexenio de Calderón no pertenezcan al Gabinete: Manuel Espino, presidente del PAN y Camilo Mouriño coordinador de la oficina de Los Pinos (además, claro, de Elba Esther Gordillo, líder del SNTE y Emilio Gamboa, coordinador de los diputados del PRI). Por una razón u otra estos políticos han sido clave en la definición de la agenda nacional durante los primeros seis meses del Gobierno de Calderón, pese a que ninguno de ellos encabeza una Secretaría de Estado. Un síntoma de lo mucho que ha cambiado el entorno institucional.

Sin duda, son Manuel Espino y Camilo Mouriño, después de Calderón, los principales protagonistas de la anécdota política. El primero por lo mucho que se ha dedicado a hablar; el segundo por lo mucho que ha dado de qué hablar.

Camilo Mouriño, conocido como Iván entre sus amigos, se ha convertido en el hombre más poderoso del equipo presidencial. Una mezcla de Córdoba Montoya (Carlos Salinas), Liébano Sáenz (Ernesto Zedillo) y Ramón Muñoz (Vicente Fox). Es la figura omnipresente detrás o al lado de Calderón en toda reunión importante de política interior o exterior. Constituye una especie de jefe de Gabinete, que a través de Max Cortázar, el coordinador de Comunicación, ejerce un control estricto sobre las acciones y expresiones de los titulares de las distintas Secretarías de Estado. Pero no sólo eso, Mouriño logró colocar a varios subsecretarios y oficiales mayores leales a su grupo en buena parte de los ministerios, lo cual le permite mantener mayor supervisión y disciplina sobre el Gabinete en su conjunto.

Gobernadores, secretarios y distintos partidos, se han quejado de la manera en que el equipo de Mouriño ha conducido una estrategia callada, pero efectiva de colocación de panistas de confianza en los entramados que sustentan al Gobierno Federal. Delegados y subdelegados federales por todo el país están siendo relevados para colocar en su lugar a militantes del blanquiazul.

Esta mezcla de Maquiavelo y Fouché, es la respuesta de Calderón a la Presidencia desmantelada que heredó de Fox. Además de un Gabinete disciplinado, Camilo ha logrado hacer de la función pública un escenario en el que todos los reflectores están dirigidos al Presidente. Ha operado diligentemente para proporcionarle al jefe de Gobierno un mayor apoyo entre gobernadores y un mayor control sobre el PAN. Lo ha conseguido.

Pero el poder que concentra eventualmente podría ser un factor de desestabilización, sea por que no resista introducir su propia agenda e intereses o simplemente por que su área de influencia crezca de tal forma que colisione con otras fuerzas e instituciones.

Córdoba Montoya terminó por meter en problemas a Salinas y Ramón Muñoz, ante el desinterés de Fox, utilizó su puesto para colar a miembros de su fracción ultraconservadora en posiciones clave, sin atención a capacidades y merecimientos. Ciertamente, Felipe Calderón es un político profesional con demasiada experiencia como para ser “chamaqueado”, pero también es cierto que existe un vacío legal sobre responsabilidades y atribuciones con respecto a este puesto, lo cual podría hacerlo incontrolable. El poder que Mouriño ha concentrando es muy superior al de sus antecesores.

Parte de ello ha sido denunciado por Manuel Espino. El presidente del PAN, quien pertenece a una corriente distinta a la de Calderón, ha buscado mantener al partido ajeno al control de Los Pinos (es decir, Mouriño). Formalmente está en lo correcto: mal haría el blanquiazul en convertirse en un partido paraestatal similar al que criticó durante tantos años. Pero en su afán de mantener la autonomía, Espino ha opinado a tontas y locas y ha intervenido en política interior y exterior a contrapelo de las posiciones presidenciales, para escándalo de propios y extraños.

Más allá de lo inconveniente que sería un PAN convertido en instituto político extensión de Los Pinos, lo cual sería rechazado por muchos militantes, es evidente que la figura de Manuel Espino ha dejado de ser funcional bajo cualquier esquema.

Sus revelaciones sobre las elecciones en Yucatán constituyen una lápida a la posibilidad de construir una sana distancia. Espino asegura que advirtió a Mouriño de no enviar operadores políticos a Baja California, como lo hizo en Yucatán, dejando entrever que eso había ocasionado la derrota yucateca. Las implicaciones son explosivas. Sea por que infieren una especie de concertacesión desde Los Pinos para que ganara el PRI) o simplemente porque acusan la ineficacia de la campaña panista por la interferencia de operadores (lo cual implicarían un delito electoral de parte de Los Pinos).

Sea una cosa u otra, ambas muy graves, lo cierto es que Espino decidió hacer pública una conversación política sostenida con Mouriño, para perjudicarlo. Ese simple hecho lo descalifica para seguir siendo interlocutor legítimo entre el PAN y el presidente. Ha perdido el mínimo de confianza que requieren los actores políticos para intercambiar posiciones y establecer acuerdos. Mucho más tratándose, como es el caso, de un supuesto aliado político.

El PAN tendrá que encontrar un equilibrio saludable. Como partido en el poder debe dar a su presidente las dosis de apoyo indispensable, pero al mismo tiempo debe entender que Calderón gobierna para todos los mexicanos, lo cual implica negociar y convivir con otras tendencias e ideologías. Esto requiere una posición prudente y madura de parte de los líderes del PAN.

Pero es demasiado pedir en el caso de Manuel Espino, un hombre rebasado por sus limitaciones, ansias de poder y resentimientos. El próximo domingo este partido elegirá a su consejo nacional. Más allá del resultado, que definirá la naturaleza del partido en su relación con el Gobierno, Manuel Espino será presidente todavía un año más. Más temprano que tarde el PAN tendría que decidir qué hacer con el líder de su partido; bajo las actuales circunstancias este periodo puede convertirse en una verdadera pesadilla.

(www.jorgezepeda.net)

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