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Más Allá de las Palabras / ATRAPADOS

Jacobo Zarzar Gidi

¡Rescátame Señor...!

Hace quince días recibí en mi computadora un ?correo electrónico? de una persona que no conozco. Su contenido me hizo sentir un escalofrío que no he podido olvidar. El que me lo envía es un hombre joven que tiene 35 años de edad. Me dice con sinceridad que necesita ayuda urgente para salir del pozo en que se encuentra. Me informa que le ha causado un gran daño su afición por la pornografía y no sabe cómo puede deshacerse de ella. Durante 20 años ha sufrido la adicción, y hasta ahora se da cuenta el daño que le ha causado en su vida y en su propia salud mental. Se arrepiente -porque tiene conciencia de ello- los cientos o miles de veces que le ha dado la espalda a Dios. Tiene meses con una tremenda pesadez cerebral que casi no le permite mantenerse despierto. Le preocupa mucho no contar con valores morales para transmitirlos a su pequeño hijo y se avergüenza de las atrocidades que ha hecho con su propio cuerpo que es Templo del Espíritu Santo. Le duele haber transgredido varios de los mandamientos de la ley de Dios, y por lo tanto, le ha perdido interés a la vida. Me confiesa que tiempo atrás lo balearon por causas que desconozco y posteriormente cayó en la cárcel. Le duele mucho darse cuenta de todo el mal que con su comportamiento ha causado a su propia familia. Ha querido hacer una confesión general, pero los sacerdotes a los que ha acudido, no le prestan atención suficiente, negándole el tiempo que se requiere para descargar todas sus culpas. Como consecuencia, se dejó atrapar también por el alcoholismo y el tabaquismo. Reconoce que la pornografía no es cuestión de mayoría de edad, porque también para los adultos puede llegar a ser perjudicial, adictiva, progresiva y mortal, destruye el alma, nos aleja de Dios, nos hace romper con todos los valores existentes, se pierde la fe y la esperanza, se cae en una profunda tristeza, y la vida se convierte en un infierno de oscuridades sin límites, y de soledades angustiantes.

El remordimiento lo está matando y la desesperación no le permite vivir. Lo peor de todo es que en el estado en que se encuentra, ve pornografía por todos lados, y nada le ayudan ciertos programas televisivos y revistas que lo hunden cada vez más. Está consciente de que en la actualidad se comercializa de muchas maneras con el sexo -que el Señor de la vida lo hizo originalmente limpio, y los seres humanos lo hemos contaminado, transformándolo en algo sucio y denigrante. De vez en cuando reflexiona, medita, y busca con desesperación un cambio en su persona, pero, por un motivo u otro, sus pensamientos lo traicionan y de nueva cuenta cae en el abismo que lo atrapa sin misericordia.

Me pide ayuda urgente, pero la verdad es que el único que lo puede ayudar en forma por demás efectiva es el gran médico de almas llamado Jesucristo. Para llegar hasta su presencia y obtener resultados positivos, existen tres caminos que son muy importantes: promover poco a poco en nuestra alma la espiritualidad por medio de la oración, acudir a los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía, y leer vidas de santos. Éstas son las herramientas más efectivas de que disponemos para controlar ese vicio terrible que tiende a destruirnos. No debemos olvidar que el amor de Dios, frente a las miserias humanas, se convierte en amor misericordioso. Es con la oración y el trato con Jesús donde empezamos a comprender las cosas espirituales que nos ofrecen la verdadera alegría. Sin oración, el cristiano es como una planta sin raíces que termina por estar seca, sin posibilidad de crecimiento. La oración siempre da sus frutos y es capaz de sostener toda una vida a pesar de los contratiempos que vayan surgiendo. De ella sacamos fortaleza para no caer en la tentación, para afrontar las dificultades y para perseverar en nuestros deberes familiares. Si guardamos nuestro corazón para Dios y no nos distraemos con las cosas del mundo, Él nos ayudará a evitar todo pecado deliberado, procurando rechazar a tiempo los pensamientos inútiles que nos pueden arrastrar hacia abismos insospechados. El demonio, que no deja de rondar alrededor de cada criatura para sembrar la iniquidad, la inquietud, la ineficacia y la separación de Dios, aparece y ataca con mucha fuerza cuando nos observa débiles y desprotegidos. Los poderes misteriosos de las tinieblas actúan en el hombre, lo cercan y lo destruyen, como la bestia salvaje acosa y devora al más pequeño del rebaño. Desgraciadamente, el hombre actual no reconoce que existe ese problema de los dominadores de este mundo tenebroso y de los astutos ataques del maligno, mencionados en la Carta a los Efesios. Es lamentable también que en la actualidad ningún sacerdote haga mención de ello en sus homilías. El demonio nos incita al mal, aprovechando esa debilidad que nos da nuestra naturaleza humana, prometiendo una felicidad con base en los placeres mundanos que el maléfico no tiene ni puede dar. Junto al diablo están aliados ?el mundo? y nuestras propias pasiones, que nos acompañarán siempre. ?El mundo?, en este sentido, está constituido por todo aquello que aleja de Dios como es la vanidad, la sensualidad, el amor desordenado al dinero y al bienestar material. Estamos alerta contra las tentaciones cuando nos mantenemos despiertos en las cosas de Dios. Somos fuertes cuando huimos de las ocasiones de pecar, por pequeñas que parezcan, pues ?sabemos que quien ama el peligro perecerá en él?. Cuando tenemos el día lleno de trabajo intenso, evitando la ociosidad y la pereza, podemos rechazar las tentaciones que surjan conforme avanzan las horas. Además, debemos tener en cuenta que es más fácil resistir al principio, cuando la tentación se insinúa, que si permitimos que vaya tomando cuerpo.

Jesús está presente en el Sagrario, independientemente de que muy pocos se beneficien de su presencia. Él está allí, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. En la visita al Santísimo y en los actos de culto a la Sagrada Eucaristía buscamos fuerzas para no pecar y extender el estado de gracia que nos otorgó el sacramento de la penitencia. Junto al Sagrario, Jesús espera a los hombres maltratados tantas veces por la ausencia de Dios en sus corazones y por las asperezas de la vida, y los conforta con el calor de su comprensión y de su amor.

jacobozarzar@yahoo.com

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