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Más Allá de las Palabras / EL PRECIO QUE NOS COBRA LA VIDA

Jacobo Zarzar Gidi

Conforme avanzamos en años, nos vamos dando cuenta que la vida nos cobra un alto precio por vivirla. Los que pensaron que era gratuito el estar en este mundo, se equivocaron. A partir de cierta edad, nuestro cuerpo empieza a resentir el peso de los años, y es cuando extrañamos todo lo que podíamos hacer cuando éramos jóvenes. Hasta esos momentos comprendemos al anciano que se desplaza lentamente cuando intenta cruzar la calle. Entendemos al diabético que teme perder la vista, que necesita inyectarse diariamente y que se atemoriza cuando siente dolor en las piernas porque no quiere llegar a perderlas. Nos hacemos solidarios con los invidentes y con aquéllos que tienen la vista borrosa por el glaucoma o la catarata. Se nos nublan los ojos al ver a una criatura que padece leucemia, porque sabemos que se encuentra sometida a la cruel quimioterapia. Nos duele observar el sufrimiento silencioso que tienen algunas personas cuando no escuchan, porque tienen dañado su oído interno y se desesperan porque no pueden integrarse a una conversación con sus semejantes. Sufrimos intensamente al saber que algún familiar o amigo, es ahora un enfermo terminal, y por lo mismo tiene sus horas contadas. Participamos del dolor, de la tristeza y de la depresión que padece un parapléjico, que se llaga constantemente y que no puede mover una gran parte de su cuerpo. ¡Y qué podemos decir de aquél que no encuentra consuelo por haber perdido a uno de sus hijos..! Todo lo mencionado, es tan sólo una parte del precio que nos cobra la vida y que los seres humanos tenemos que pagar. Cuando observamos lo que nos está sucediendo cada vez que contabilizamos más años a nuestra vida, sentimos miedo, nos desorientamos, y no sabemos a quién acudir. No olvidemos que ?únicamente Jesucristo tiene palabras de vida eterna? y es el único Médico que verdaderamente sana las enfermedades del cuerpo y del alma. Es Él quien nos ofrece consuelo cuando alguna dolencia nueva surge en nuestro cuerpo y cuando sentimos confusión por el futuro que nos aguarda.

Seamos siempre agradecidos con Dios Nuestro Señor cuando recibamos algún favor en especial, y sepamos pedir misericordia cuando la vida nos golpea. Seamos audaces y tercos para cumplir la voluntad de ese Dios invisible que nos acompaña a todas partes, que nos guía por un sendero que algunas veces no queremos seguir y que nos tiene reservada una morada celestial donde existe la ternura de un Padre, su amor y su paz.

En los años anteriores, el promedio de vida era de cincuenta años, ahora podemos llegar a vivir setenta, ochenta, noventa o tal vez más de cien. A pesar de todo, por más tiempo que estemos viviendo, siempre nos parecerá corto. Nos enamoramos de la vida aunque estemos inválidos, mutilados, ciegos o sordos, aunque tengamos urgencia de un trasplante para seguir viviendo, aunque seamos pobres en bienes materiales o ancianos rebosantes de años. Breve es la vida del hombre sobre la Tierra, y la mayor parte de ella se pasa entre dolor y fatigas. Debido a esto, los seres humanos llegamos a sentir un profundo vacío. El corazón del hombre tiene gran facilidad para buscar las cosas de aquí abajo sin tomar en cuenta otra dimensión trascendente. El Señor nos enseña que poner el corazón -que está hecho para lo eterno- en el afán de riqueza y bienestar material, es una necedad, porque ni la felicidad, ni la vida misma se fundamentan en ellos. Todo lo que no se construya sobre Dios, está edificado en falso. La seguridad que dan los bienes materiales es frágil, y también insuficiente, porque nuestra vida no se llena si no es con Dios.

En nuestro peregrinar por este mundo, debemos reflexionar que la vida no es fácil vivirla, pero debemos aprender a verla con optimismo a pesar de las sorpresas y de las sacudidas que nos cause, del dolor que a menudo nos golpea y del temor que nos provoquen sus embestidas. Nuestros días están numerados y contados en la bendita memoria de Dios. Estamos en sus manos. Dentro de un tiempo nos encontraremos cara a cara con Él. Un día cualquiera será nuestro último día. El día de hoy morirán en todo el mundo miles de personas en circunstancias diversas. Unas fallecerán con el corazón puesto en asuntos de poca o nula importancia en relación a su existencia definitiva más allá de la muerte. Otras tendrán la vista y el corazón quizá en las mismas cosas humanas, pero dirigidas a Dios. Éstas se encontrarán con ?el Tesoro Escondido? que tanto han buscado, porque supieron canalizar adecuadamente su trabajo, sus angustias, sus enfermedades y carencias, santificando lo ordinario y ofreciéndoselo a Dios.

La falta de bienes materiales, la soledad y las enfermedades que nos impiden desenvolvernos como antaño, no nos quitarán la alegría que tenemos los cristianos. Sabremos ser felices en la abundancia y en la escasez, porque los bienes no serán nunca el objeto supremo de la vida. Sabremos ser felices en cada etapa de nuestra existencia, porque todas son hermosas, porque todas tienen algo que regocija nuestra alma.

El tiempo es corto, se nos va de las manos, tal vez mañana no podremos decirle a nuestra esposa que la amamos y a nuestros hijos que los hemos querido desde el día en que fueron engendrados. Tal vez mañana no podremos salir a la calle porque nos duelen las rodillas y ya no nos sostienen, o porque nadie nos quiso acompañar para ser nuestro lazarillo. Tal vez mañana se nos dificultará asomarnos a la ventana de nuestro cuarto para escuchar el canto maravilloso de un ave que se detuvo unos instantes en el árbol de nuestro jardín. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para orar, para dar, para perdonar, para desagraviar. No pasemos las horas quejándonos de nuestra situación actual; todos llevamos en la espalda una cruz muy pesada, lo importante es santificar nuestro esfuerzo y seguir adelante a pesar de los dolores que tenga nuestro cuerpo.

jacobozarzar@yahoo.com

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