Desde hace varios años me he dado cuenta que una gran cantidad de jóvenes ya no se quieren casar. Se les dificulta comprometerse para toda la vida, y no le dan importancia al sacramento del matrimonio. Muchos prefieren tener compañeras ocasionales, viven con ellas un tiempo y después las cambian por otras a su antojo. La vida transcurre de prisa, y a final de cuentas llevan el riesgo de quedarse completamente solos. Pero ¿por qué está sucediendo ese fenómeno tan especial que golpea a la sociedad en sus más profundas estructuras? Es probable que seamos nosotros los casados quienes tengamos la culpa. Estamos dando mal ejemplo a los jóvenes y es por eso que no se quieren casar. En muchas casas abundan los gritos, los insultos, la indiferencia, los golpes, los rencores, las reclamaciones, los ocultamientos, las mentiras y los engaños. Eso es lo que ellos han visto y vivido durante su niñez, en su adolescencia y posteriormente en su juventud.
Hemos arrojado a Dios de nuestros hogares pensando que no lo necesitamos, y estamos padeciendo un gran analfabetismo religioso. Estamos dando muerte al proyecto de Dios al permanecer indiferentes frente a su amor que no tiene límites; desperdiciamos los talentos recibidos al no saber ni siquiera lo que estamos haciendo con nuestra vida. No tenemos una meta espiritual que conduzca nuestros pasos y nos de fortaleza en los momentos difíciles. Cristo es el centro para que las parejas se amen y se respeten. El sabernos amados por Dios debería darnos una gran alegría, pero casi siempre vivimos tristes, preocupados por las circunstancias que nos rodean y enojados. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos, siempre queremos más y más. Somos hijos de un Rey y eso sería suficiente para tenernos siempre contentos. Seamos instrumento para plantar la buena semilla en el sitio mismo en que vivimos, la semilla generosa que rinde frutos abundantes y que destruye la indiferencia de una sociedad que permanece distraída y ocupada en cosas banales. Se recomienda a los casados tener amistad con parejas cuyo matrimonio religioso y civil sea sólido, para que su ejemplo multiplique las uniones exitosas y felices. “Por sus frutos los conoceréis”. Dudamos de la existencia de la vida eterna porque no hemos cultivado la fe, y hemos dejado la oración a un lado como si no tuviera importancia, a pesar de que ahora es cuando más la necesitamos. Criticamos a los sacerdotes y a los que trabajan para Cristo, y no nos damos cuenta que con esa actitud estamos criticando al mismo Jesús. ¿Cómo nos presentaremos al final de nuestros días con Aquél que nos amó desde un principio y nos dio la oportunidad de vivir para después gozar de la vida eterna? En muchos hogares se encuentra incubada la semilla del odio; en otros se deja abandonada a la esposa porque ha enfermado de cáncer; en algunos más no se respeta a los padres que ahora son ancianos; y en muchos otros lo único que se respira es la ambición de poseer más y más dinero. En la vida no necesitamos tener mucho dinero, lo que nos urge es tener mucho amor. La fe de la familia está siendo bombardeada por el consumismo y el egoísmo. Muchas familias permanecen rotas, sin esperanza y sin fe.
Se nos olvida que únicamente son felices aquellos que han encontrado a Dios en su camino. Aquellos que tomaron en cuenta el llamado espiritual que se les hizo como algo personal e íntimo -tal vez irrepetible, y reflexionaron, y cambiaron identificando su voluntad con la del Señor. Edifiquemos nuestra vida sobre roca firme, tomando en cuenta que Cristo es nuestra única esperanza, nuestro único fundamento. Él nos llama, Él irrumpe en nuestra vida. Sin embargo, “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. La voluntad de Dios es la brújula que nos indica en todo momento el camino seguro que nos llevará a El. El cumplimiento del querer divino nos conduce por el sendero de nuestra propia felicidad y nos da un gran impulso para superar los obstáculos que se presenten.
¡Qué alegría poder decir al final de nuestros días: he procurado siempre buscar y seguir la voluntad de Dios! Si alguna vez nos toca sufrir mucho, (al Señor no le ofenden nuestras lágrimas), suframos con una perspectiva espiritual. Enseguida hemos de decir: Padre, hágase tu voluntad, te ofrezco mi dolor y mis lágrimas, permanece en mí y yo en ti, porque tú eres mi fortaleza y mi esperanza. Descubramos valores más altos que no vemos a simple vista. No tengamos miedo de abrir nuestros corazones a Cristo -como nos lo dijo Juan Pablo II. Estamos habitados por una Presencia Divina que algunas veces no percibimos, pero que está allí esperando nuestra reacción. Se nos pide un esfuerzo adicional a todos los cristianos para transformar el mundo en que vivimos.
Si nuestra fe está muerta, revivámosla; si es pequeña, aumentémosla, pero no nos quedemos así como estamos, fríos e indiferentes, a sabiendas de que nuestra alma padece violencia por la terca inclinación al mal. Es necesario luchar cada día hasta el final para seguir al Señor en todo momento. Del cristiano se espera heroísmo, sacrificio, optimismo, servicio a nuestros semejantes y sobre todo amor, aunque aparentemente no veamos fruto alguno. La indiferencia, la mediocridad, el desánimo, la tibieza de espíritu, el abandono y la dejadez en nuestros propósitos de vida interior nos llevarán irremediablemente a una esterilidad semejante a la acontecida con la higuera que menciona Jesús en su hermosa parábola: “Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra? Pero él le respondió: Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da la cortas.”
Al estar desorientados, cuando no sabemos qué hacer ni adonde ir, cuando la vida nos golpea con severidad, preguntemos: Señor ¿qué quieres que yo haga? De alguna manera Él nos lo dirá, guiará nuestros pasos para resistir y ser productivos en los campos del espíritu. Démosle sentido a nuestra vida, porque una vida sin sentido es verdaderamente triste. Debemos estar preparados. Algún día a una hora determinada, el Señor de la vida nos dirá: “Se te acabó el tiempo.” Tomando en cuenta que nada hay más cierto que la muerte, y nada más incierto que la hora precisa de nuestra muerte, es conveniente una transformación radical de nuestra forma de vida.
Lo único que nos resta es volvernos a Dios. De esa manera transformaremos nuestro matrimonio devastado en un hogar transparente y lleno de bendiciones en el que Jesús reine. Si lo conseguimos, ya no habrá más jóvenes que se priven de la vida al ver en casa tanto desamor y tanto desorden. Ya no habrá cónyuges muertos en vida que se arrepientan de haberse casado. Ya no habrá tantos divorcios y tantos abortos, porque una luz ha brillado al final del camino.
jacobozarzar@yahoo.com