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Más Allá de las Palabras / LA PORNOGRAFÍA

Jacobo Zarzar Gidi

(SEGUNDA PARTE)

(Un ataque al templo vivo de Dios)

Carta pastoral de Monseñor Paul S. Lovarde, Obispo de la Diócesis de Arlington. “Los cristianos son intrínsicamente un pueblo aparte.- La realidad del bautismo nos convierte en un pueblo consagrado para establecer una relación con el Creador de todas las cosas. Con todo, los miembros de la iglesia se encuentran inextricablemente vinculados a la misma cultura de la muerte de la que Dios los ha liberado. Entonces, no es sorprendente que asumamos actitudes comunes en el mundo seglar y estemos confusos con respecto a la verdadera naturaleza del pecado. Esta confusión puede llegar a ser mortal cuando la empleamos para justificar nuestra propia culpabilidad o para buscar una “definición diluida” de la naturaleza maléfica de los pecados que nos tientan. En ningún otro punto es esto más evidente que en la confusión que experimentan algunos cristianos sobre la verdadera naturaleza de la pornografía.

Los jóvenes cristianos luchan por vivir con las exigencias de su condición de apóstoles bajo las presiones de la cultura que los rodea. Este proceso de integración se dificulta más en una cultura que, en la última generación, ha abandonado la virtud de la castidad. Los cónyuges, sobre todo los esposos, que luchan por crecer en la fidelidad inherente a su vocación conyugal, encuentran tentaciones para escapar y buscar falso consuelo en imágenes y fantasías. Los sacerdotes y los consagrados, que se han comprometido a llevar una vida de castidad y celibato, se encuentran en medio de una cultura que considera el celibato como una meta imposible de cumplir y que atenta contra la salud. En un momento de duda, pueden buscar falso consuelo en la impureza. Sus faltas son aún más graves por causa del escándalo que acarrean a la iglesia.

Como consecuencia de estas fantasías, los hombres y mujeres solteros se distraen de la tarea más importante que consiste en percibir la llamada de Dios en su vida. Al pasar de pensamientos impuros a imágenes y a mal comportamiento sexual en la realidad, minan la base de confianza y la fidelidad que se necesita para la felicidad futura.

Ninguna persona que viva en nuestra cultura puede separarse totalmente de este azote de la pornografía. Todos se ven afectados en mayor o menor grado, aun quienes no participen directamente en el uso de la pornografía. Con todo, si las personas que se han dejado llevar por este vicio contestaran con sinceridad si son mejores o más felices por causa de la pornografía, solamente las más indiferentes darían una respuesta afirmativa. Una evaluación sincera revela que el uso de la pornografía causa debilidad espiritual, social y emocional.

Uno de los falsos argumentos de quienes justifican la pornografía es “que no hay víctimas, por lo tanto, nadie sale lesionado”. Eso no es verdad, la misma naturaleza de la pornografía lleva a cometer un acto de violencia contra la dignidad de la persona humana. Al tomar un aspecto esencial de la persona, la sexualidad humana, y convertirlo en un producto para operaciones de trueque y venta, empleado y desechado por otras personas desconocidas, la industria de la pornografía comete el más violento atentado contra la dignidad de esas víctimas.

El Papa Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas Est, 5, nos dice: “El eros (conjunto de los impulsos sexuales del ser humano), degradado a puro “sexo”, se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. Nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico”.

Cada año, miles de hombres y mujeres se ven atraídos a la industria de la pornografía por la promesa de dinero fácilmente adquirido. La industria se aprovecha de los más vulnerables: los pobres, los maltratados y marginados y aun los niños. Esta explotación de los débiles es un pecado grave. Ya sea que la necesidad, la confusión o el alejamiento impulsen a los hombres y las mujeres a convertirse en objetos pornográficos, su elección, con toda seguridad, no puede verse como un acto libre. Los productores y distribuidores de la pornografía dejan a su paso un amplio camino de hombres y mujeres destruidos y desvalorizados. Son cada vez más numerosas las víctimas jóvenes y aun niños. Cuando ellos, que son los más vulnerables e inocentes de nuestra sociedad, se convierten en víctimas de las exigencias deshumanizantes de una industria que desea destruir la inocencia por razones de lucro, ése es un acto de violencia incalificable.

Los culpables dentro de la industria son fáciles de identificar, pero no están solos. Toda la industria pornográfica existe para obtener lucro, y no puede haber lucro sin clientes. Quienes buscan y usan imágenes pornográficas son participantes activos en la victimización de otros. Quienes ven materiales pornográficos no se pueden separar de la responsabilidad moral relacionada con la victimización y la degradación de los hombres, mujeres y niños presentados en esos materiales, y los espectadores mismos sufren degradación.

El efecto inmediato de optar por participar en la visualización de material pornográfico es la violencia espiritual y emocional cometida contra aquéllos cuyas imágenes se ven. Con todo, el efecto personal y existencial en la persona que opta por ver imágenes pornográficas está en el centro de esos actos pecaminosos.

La persona humana, la única criatura con sentido moral, establece o destruye progresivamente su carácter con cada acto de elección moral. Por lo tanto, uno se convierte en persona virtuosa por el propio acto de practicar la virtud, y en persona depravada por practicar actos de vicio. Cuando uno opta por ver pornografía, aun si en principio es contra su voluntad, se convierte en la clase de persona dispuesta a usar a otros como puros objetos de placer, sin tener en cuenta su dignidad inherente como hombre o mujer creado a imagen de Dios. A medida que se arraiga más el hábito de la pornografía, se hacen más pronunciadas las características de una persona que degrada a otras, las convierte en objeto y deja un legado de violencia contra su dignidad.

En esta transformación, a veces gradual y, a veces repentina del carácter humano, ejerce el pecado su mayor influencia en las personas y en la cultura. Los jóvenes manipulan y abandonan con más facilidad a los amigos para satisfacer sus deseos temporales y a menudo egoístas. Los cónyuges comienzan a valorar a su pareja en una escala de lo que reciben de la relación en lugar de hacerlo por su fidelidad conyugal con el don de sí mismos. Los adultos jóvenes ven el matrimonio apenas como un contrato no vinculante que puede anularse si los beneficios del estado matrimonial ya no satisfacen sus deseos y expectativas cada vez más irreales y aun perversos. Los sacerdotes y los consagrados juzgan su ministerio sobre la base de la satisfacción y del adelanto en el plano personal, más que a partir del sacrificio. El uso generalizado de la pornografía naturalmente lleva a la degradación de la sociedad humana porque envilece a las personas que se someten a ella.

La pornografía hace de la intimidad una mentira. Al distorsionar la propia característica humana que promete poner fin al aislamiento, la pornografía lleva al usuario no a la intimidad, sino a un alejamiento aún más profundo. El propósito divino de la sexualidad humana es satisfacer el anhelo de comunión con otro y traer a la persona al vínculo del amor que da vida y la nutre. En esta experiencia humana de intimidad con otro, se ha preconcebido el destino eterno del ser humano de perfecta comunión con su Creador. La falsa promesa de intimidad ofrecida por la pornografía lleva más bien a un alejamiento aún más profundo que paraliza la capacidad del usuario de experimentar verdadero contacto humano íntimo. El usuario de la pornografía, al anhelar intimidad, con seguridad se vuelve introvertido y se convierte en una persona aún más aislada y solitaria. CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.

jacobozarzar@yahoo.com

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