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Más Allá de las Palabras / LA PORNOGRAFÍA

Jacobo Zarzar Gidi

(Un ataque al templo vivo de Dios)

Tercera y última parte

CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR PAUL S. LOVERDE, OBISPO DE LA DIÓCESIS DE ARLINGTON

“La víctima más trágica del azote de la pornografía es la familia. El florecimiento de la familia depende del crecimiento de sus miembros en santidad y amor humano verdadero. Éste es un amor cuya principal preocupación es el bien del otro. Dentro de esta experiencia de amor humano crecen los niños en gracia y sabiduría y se convierten en miembros integrados y virtuosos de la sociedad humana. El amor humano verdadero no emana del deseo egoísta sino del don de sí mismo. Cuando los miembros de la familia recurren a la pornografía en una sed distorsionada de intimidad, van en contra de su compromiso con la familia y, en cierto modo, lo rechazan. Como sucede con la naturaleza de todo pecado, quienes más sufren son los inocentes. Los niños, que se esfuerzan naturalmente por imitar el amor de sus padres con capacidad para dar de sí mismos, en lugar de ese amor encuentran tensión, traición y egoísmo. Es comprensible entonces que lleguen a creer que el amor verdadero, un amor de sacrificio y con el don de sí mismo, es una ilusión. Ante esta situación, los niños llevan el riesgo de encontrar el material pornográfico y ser llevados a entender la sexualidad de una forma no prevista por sus padres. En lugar de aprender y experimentar la nobleza de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, experimentan la degradación de la persona humana reducida a un producto, a un objeto.

No puede haber un uso “moderado” de la pornografía, como tampoco puede haber un uso “moderado” del odio o del racismo. Presentar esa posibilidad es aceptar una caída en el mal, paso a paso. Cualquier alivio aparente será efímero y las consecuencias harán que la resistencia futura sea más difícil y que posiblemente se intensifique hasta convertirse en una adicción.

A menudo el uso de la pornografía se considera como una parte “natural” del proceso de maduración, una forma mediante la cual los jóvenes pueden llegar a entenderse como personas sexuales. Los padres, quizá al recordar sus propias dificultades, pueden hacerse los ciegos en cuanto al uso de la pornografía por sus hijos. En lugar de alentar a los jóvenes a lograr dominio y respeto de sí mismos, esta actitud presenta a los jóvenes un futuro que depende del capricho y de la oportunidad. La pornografía no puede ayudar a adquirir madurez porque todo lo que ofrece es una mentira sobre la persona humana: la posibilidad de explotar a una persona. El uso de la pornografía por los jóvenes dificulta más su auténtico desarrollo sexual y emocional por la manera falsa de presentar la interacción humana. Se debe orientar a los jóvenes para que luchen por alcanzar la madurez del control propio para que, de esa forma, puedan convertirse en personas plenamente integradas, respetuosas de otros y de sí mismas.

Temo que todo el peso de la rendición de nuestra cultura a la pornografía recaiga sobre los jóvenes, tanto en la actualidad como en los años venideros. No solamente se han convertido en blanco de esta empresa delictiva como fuente de lucro financiero, sino que deberán sufrir el empobrecimiento de la noción de intimidad proveniente de una cultura que ha confundido el amor con la auto gratificación. Ante todo, sepan que Dios los ha destinado al amor verdadero y plenamente humano que halla su centro no en manipular a otros sino en compartir y florecer en comunión con el ser amado.

Cualquier lucha humana, incluso la lucha por lograr la pureza, viene acompañada de la posibilidad de fracaso. A menudo se logra el dominio por medio del fracaso y de la persistencia en el triunfo.

Si bien los esposos y las esposas comparten la misma dignidad como personas, no comparten las tentaciones por igual, sobre todo la tentación relacionada con el azote de la pornografía. Cabe reconocer que el uso de la pornografía en gran parte, aunque no exclusivamente, está relacionado con los hombres. Si un matrimonio comienza a desmoronarse por la pornografía, esta última será introducida muy probablemente por el esposo. Recordemos que la solemne promesa de fidelidad, que es la base de la formación de la familia, se deteriora por cualquier uso de la pornografía. Las esposas que descubran que sus cónyuges han sucumbido a la pecaminosa atracción de imágenes pornográficas deben ser cariñosas y perdonarlos, pero también deben ser severas para exigirle al esposo que vuelva a su verdadera vocación matrimonial.

Los esposos y las esposas deben ejercer constante vigilancia para asegurarse de que la plaga de la pornografía no entre a la vida de sus hijos. Esta vigilancia comienza con un control prudencial de los medios de comunicación disponibles en la casa. Aliente a sus hijos a usar revistas, películas y libros que eleven el espíritu y dejen un mensaje constructivo. Insistan en tener controles estrictos y claros sobre el uso de la Internet por cualquier niño. El uso de la Internet en la casa debe ocurrir siempre en los lugares de reunión de la familia. No se debe dar acceso a la Internet a los niños, ni siquiera a los de mayor edad, en la privacidad de su habitación.

Me dirijo ahora a mis hermanos en Cristo, a mis hermanos sacerdotes, que deben realizar la ardua tarea de dirigir al pueblo cristiano en su lucha contra los males de la pornografía. Quienes hemos sido llamados a compartir el sagrado sacerdocio de Cristo, también debemos compartir su pureza. Como sacerdotes nos encontramos sumergidos en una cultura que a menudo está diametralmente opuesta a la virtud, y por lo tanto debemos estar siempre alerta para impedir que nos asombren los mismos elementos que deseamos hacer desaparecer. Ningún sacerdote puede ser un ministro de reconciliación idóneo si no busca con frecuencia la absolución. Los sacerdotes deben practicar con frecuencia la confesión en el Sacramento de la Penitencia. La demora o la disminución de la importancia de la confesión es señal de un corazón impenitente. No permitan nunca que surja una vida privada que deban mantener en secreto de sus hermanos.

En medio del sufrimiento y del dolor causados por el mal de la pornografía, somos llamados a ser un pueblo de esperanza, a contemplar la imagen de Dios en otros y a restituir nuestro uso de la vista enfocándonos en la meta de nuestra fe y el destino final de nuestra vista.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Nuestro Señor pronuncia estas palabras al comienzo de su ministerio público. Por lo tanto, Él mismo revela la conexión entre la virtud de la pureza y la facultad de la vista. Según la explicación de esta beatitud dada en el Catecismo, la pureza de corazón es el preámbulo de la visión de Dios (CIC 2519). Como el cuerpo humano resucitará el último día, los justos literalmente “verán” a Dios con sus propios ojos. Como tal, la expresión “ver a Dios” describe el anhelo definitivo de cada corazón humano y la finalidad de la vista humana.

“Por ventura, ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo”. (1 Corintios, 6: 19-20).

Como pueblo libre, podemos combatir el grave peligro moral, social y espiritual de la pornografía con gran valor. Elevo mi ferviente oración para que los católicos, otros cristianos y todo el pueblo de bien entiendan esta amenaza y la enfrenten, faciliten la verdadera sanación y, más que nunca, practiquen plenamente el uso de la vista humana como don de Dios”.

jacobozarzar@yahoo.com

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