De varias partes del mundo llegan datos alarmantes que inquietan a la sociedad y la hacen reflexionar. En Europa se producen al año un millón de abortos. Esto significa que cada 30 segundos un niño concebido deja de existir. La natalidad en los países europeos se redujo en un 36 por ciento hasta 1996. De ese año hasta el actual ha repuntado debido a la natalidad de las madres extranjeras que llegan buscando trabajo. En España se registra un aborto cada seis minutos, y uno de cada seis embarazos termina en aborto. En la India, que es uno de los países más poblados del mundo, se llevan a cabo siete mil abortos femeninos al día.
En China, sucede algo terrible. Cada año se abortan 750 mil fetos por ser de sexo femenino. Una pareja que tiene un hijo varón, no puede tener más hijos. Pero una familia rural que tiene primero una niña, tiene permiso del gobierno para tener un segundo hijo. Los padres suelen conservar la primera niña, y después abortan todos los embarazos subsiguientes hasta que el análisis de ultrasonido indique que tendrán un heredero varón (200 mil clínicas y consultorios locales repartidos en el territorio chino, cuentan con modernos aparatos de ultrasonido). Turistas extranjeros se horrorizan al descubrir en las calles de varias ciudades chinas los cuerpecitos sin vida de niñas acabadas de nacer que fueron arrojadas al arroyo por sus padres. Durante siglos, las niñas chinas han sido víctimas de infanticidio, abandono y maltrato.
Si hablamos de divorcios, cada año se producen en Europa un millón de rupturas matrimoniales. Todo esto independientemente del problema que existe con ?las uniones a prueba? que están de moda. Las parejas permanecen juntas durante un tiempo ?para conocerse bien?, lo hacen así porque no quieren amarse, respetarse y comprometerse para toda la vida como lo marca el matrimonio tradicional religioso cristiano. Ese nuevo sistema de vida ocasiona en los hijos deserción escolar, rebeldía, delincuencia, falta de salud psíquica y física, pobreza espiritual y resentimiento contra la sociedad. La cultura ?individualista? que está de moda, hace que las personas deseen tener una familia en tanto les sirva para lo que ellos quieran obtener, y si no les sirve, es mejor no tenerla. No hay entrega, no hay generosidad, no hay sacrificio, no hay compromiso con la otra persona para realizar un proyecto de vida. Ellos se preguntan: ¿para qué quiero tener hijos si me van a estorbar y serán una carga para mí? ¿Para qué quiero un matrimonio religioso que me dará problemas deshacer? Eso les orilla a pensar que la felicidad está en ellos mismos en forma individual, y que no necesitan a nadie para alcanzar sus metas. No saben que en un matrimonio bien llevado, el cónyuge y los hijos son una bendición de Dios. En España, antes era necesario que transcurriera un año para que los divorciados pudieran volver a casarse por lo civil. 15 mil familias se volvían a unir en ese período. Ahora con ?el divorcio Express? que está en vigor y que se está extendiendo a otros países, automáticamente están divorciados desde que se conoce la sentencia del juez al no existir ese período de reflexión que ayudaba a una reconciliación. En este mismo país, el año pasado se casaron 200 mil parejas, y se divorciaron 170 mil. Eso produce miles de hijos que nacen fuera de matrimonio, lejos del amor de sus padres unidos como pareja.
En los Estados Unidos abundan las clínicas de aborto, y son los mismos padres quienes animan y conducen a sus hijas para que se deshagan de sus nietos. Un médico en la Unión Americana acaba de confesar que participó en 35 mil abortos? Una gran parte de la humanidad está retando a Dios con sus actos. Desconocen que esas criaturas abortadas son Templo Vivo del Espíritu Santo, y se olvidan que la unión sacramental del matrimonio cristiano es para toda la vida, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte los separe. La dignidad del matrimonio y su estabilidad, por su trascendencia en las familias, en los hijos, en la misma sociedad, es uno de los temas que más importa defender, y ayudar a que muchos lo comprendan. La salud moral de los pueblos está ligada al buen estado del matrimonio. Cuando éste se corrompe, bien podemos afirmar que la sociedad está enferma, quizá gravemente enferma. De aquí la urgencia que todos tenemos de rezar y velar por las familias. Los mismos escándalos que desgraciadamente se producen y se divulgan, no debemos verlos y sentirlos como normales, porque llevamos el riesgo de acostumbrarnos a ellos.
Quienes se unen mediante el matrimonio religioso, inician juntos una vida nueva que han de andar en compañía de Jesús. El Señor mismo los ha llamado para que vayan a Él por este camino, pues el matrimonio es una auténtica vocación sobrenatural.
La familia tal y como el Creador la ha querido, es el lugar idóneo para que, con el amor y el buen ejemplo de los padres, de los hermanos y de los demás componentes del ámbito familiar, sea una verdadera escuela de virtudes donde los hijos se forman para ser buenos ciudadanos y buenos hijos de Dios.
Por la fe, los cristianos tenemos un conocimiento más hondo y perfecto de lo que es el matrimonio, de la importancia que tiene la familia para cada hombre, para cada mujer, para la Iglesia y para la sociedad en conjunto. De aquí nuestra responsabilidad en estos momentos -cada vez más complicados, en los que los ataques a esta institución humana y divina no cesan en ningún frente: a través de revistas, de escándalos llamativos a los que los medios dan una gran difusión, de telenovelas que alcanzan un gran público y van deformando la conciencia de las personas. Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel de los deberes conyugales, que para ellos se hace camino cierto de unión con Dios.
Juan Pablo II alentaba a los esposos cristianos para que, aun viviendo en ambientes donde las normas de vida cristiana no sean tenidas en la debida consideración o sufran una fuerte presión contraria, sean fieles al proyecto cristiano de la vida familiar. Y hoy, cuando en tantos ambientes se ataca la dignidad de este sacramento o tratan de ridiculizarlo con toscas parodias, es deber de los cristianos, como hiciera Jesús en su tiempo, hacer su defensa y poner las bases para que la familia, unida y sólida, sea cimiento de la sociedad en que se vive.
Muchos gobiernos luchan contra la delincuencia juvenil, contra la drogadicción y contra la prostitución de la mujer, y favorecen al mismo tiempo el deterioro de la institución familiar. Esto es una contradicción y una ignorancia imperdonable que merece ser corregida cuanto antes. Cuando el desorden y la confusión reinan en el mundo -como sucede en el momento actual, es bueno recordar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Es importante que los hijos nazcan en una familia completamente integrada, con padres que se quieran, con hermanos que se amen, se respeten y se apoyen. El ejemplo y la alegría de los padres influirán positivamente en los hijos en medio de las dificultades normales que tiene toda familia. En el amor y respeto que los hijos observen en sus padres y en sus abuelos, encontrarán respuesta a tantos interrogantes que la vida les plantea. Dejarán las malas amistades, aprovecharán mejor sus horas de estudio y se convertirán muy pronto en hombres y mujeres de bien.
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