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Más Allá de las Palabras / MEDITACION DE NAVIDAD

Jacobo Zarzar Gidi

“No temáis, les dice un ángel, pues vengo

a anunciaros una gran alegría, que lo será

para todo el pueblo; hoy, en Belén,

os ha nacido el Salvador,

que es el Cristo, el Señor”. (Lucas 2, 10)

Hace dos mil años, en un pequeño pueblo de Palestina llamado “Beit Sahur” -que en idioma árabe significa: “La casa de los pastores”, unos humildes pastorcitos fueron los primeros y los únicos en saberlo, en cambio hoy están enterados millones de hombres en todo el mundo. La luz que surgió en la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad. Los que en aquella noche acogieron el hermoso resplandor, se dieron cuenta que en su alma se alojaba una gran alegría como jamás la hubo anteriormente. ¿Acaso puede haber alegría mayor que ésta?: el hombre ha sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo. A partir de ese momento, todo el que descubre a Cristo en su camino, se siente motivado a darlo a conocer enseguida, no puede esperar un minuto más. Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros días, y también son necesarias las mismas disposiciones de sencillez y humildad para llegar hasta Él. Con esa gran noticia, no hay espacio para la tristeza y mucho menos para la soledad, porque al nacer la Vida, se termina el temor a la muerte y se nos infunde la alegría de la eternidad prometida. El Hijo de Dios se hizo hombre para enseñarle al mundo su realidad espiritual, para darle a conocer que nos puede hacer partícipes de su gloria, para hacernos sentir su amor que es eterno.

En este día tan especial, se colman en la mente cientos y cientos de recuerdos, se olvidan los rencores, se enderezan los caminos, y se dejan atrás los resentimientos. Ése es el verdadero milagro de la Noche Buena que se presenta en nuestros corazones. Quisiéramos salir a la calle para pedir perdón a todos aquéllos que con nuestras palabras y nuestros actos ofendimos, con nuestra frialdad e indiferencia dañamos y con nuestro silencio destruimos. Quisiéramos que afloraran de nuestro corazón los sentimientos positivos, las buenas intenciones y los mejores deseos. Se trata de un hermoso día en el cual van llegando de diferentes sitios, familiares y amistades que nos visitan. Se trata de una fecha en la cual se da un reencuentro con nosotros mismos porque no creemos en el amor esporádico, sino en el que permanece los doce meses del año. A pesar de todo, aún encontramos personas que sólo en este día perdonan, que sólo en este día toleran, que únicamente en este día pueden olvidar las ofensas recibidas.

Es un día maravilloso en el cual llegan a casa las hijas con sus cónyuges que se encontraban lejos ansiando el retorno. Arriban contentos, cargando entre sus brazos a los nietos que son un verdadero regalo de Dios. Ellos parecen fruta recién cortada, gotas de agua transparente que brota de un manantial, viento fresco que surge de la cañada, semilla que germina en la tierra, lucecitas que iluminan nuestras oscuridades, fuerza interior que se renueva a cada instante. A los pequeños nietos se les ve feliz cuando corren ansiosos al encuentro de los abuelos. Con sus ocurrencias hacen sonreír a los presentes, con sus gritos, sus risas y travesuras nos recuerdan que también nosotros fuimos niños alguna vez. En una de las recámaras les esperan sus regalos que permanecerán ocultos hasta la mañana siguiente, y durante la cena, palabras de cariño para todos los presentes. Antes de tomar los alimentos daremos gracias a Dios por el tiempo transcurrido y las bendiciones recibidas; recordaremos también a los que se fueron, a nuestros queridos e inolvidables ausentes que antes ocuparon un sitio privilegiado en nuestra mesa. Evocaremos sus palabras, sus consejos y también su historia. A ellos los hemos incluido en nuestras oraciones de todos los días. La vida ha sido difícil y diferente sin su presencia, pero la fe nos permite seguir adelante con la sólida confianza de que se encuentran gozando de la Vida Eterna. Es la hora oportuna para agradecer la presencia de Dios en todos los rincones de la tierra, sin olvidar que gracias a Él, podemos transmitir la palabra evangélica a las personas que nos escuchen. Es el momento de agradecer a la esposa su amor y compañía, su atención y dedicación. De decirle a los hijos: “¡Que Dios los bendiga!”. Y a los nietos: “¡Que el Señor los proteja de por vida!”. Las bendiciones vienen de Dios, porque Él es el hacedor y nosotros los receptores. No podemos desconocerlas a pesar de tantas batallas que hemos librado, enfermedades que hemos padecido y temores que hemos sentido. No podemos olvidarlas porque se trata de la única fuerza que nos permite seguir viviendo. Los que buscan amor, ya saben dónde encontrarlo, y al ser hijos de Dios somos herederos de su gloria.

También es un día de tristeza profunda, al recordar todos los valores y las buenas costumbres que hemos perdido. Dejamos atrás la espiritualidad que tuvimos cuando niños y nos hemos materializado sin darnos cuenta. Se nos olvida que el Espíritu Santo es el único que puede transformar el caos de nuestra vida, en orden, armonía y paz espiritual. Al mismo tiempo debemos recordar a todas aquellas personas que esta Noche Buena la pasarán en soledad. La soledad fortuita y la soledad voluntaria que llevamos en el corazón, son verdaderamente tristes, y se recrudecen en la noche más importante del año.

Todo está preparado, vamos pues a recibirle, que nadie se sienta solo porque ha llegado la esperanza, que nadie se sienta triste porque ha llegado la alegría. Busquemos a Cristo, a sabiendas de que el día de hoy son muchos los que aún no lo conocen. Si nuestro apostolado es fructífero, si nuestro apostolado es constante, haremos que muchos ciegos e indiferentes lo descubran en su caminar por la vida. Alegrémonos como nunca antes lo habíamos hecho, porque nacerá Jesucristo -el Hijo de Dios hecho hombre, que nos amará a cada uno de nosotros como si no existiera nadie más.

El Señor nace pobre, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. Viene al mundo sin ostentación alguna, y nos anima a ser humildes y a no estar pendientes del aplauso de los hombres. ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su Santo nombre!

jacobozarzar@yahoo.com

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