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Más Allá de las Palabras / ¡PODEMOS HACER ALGO MEJOR!

Jacobo Zarzar Gidi

En su último libro, los escritores Jack Canfield y Mark V. Hansen nos relatan la historia verdadera de una madre de veintiséis años de edad que estaba pasando el peor momento de su vida. Su corazón permanecía lleno de tristeza porque su pequeño hijo agonizaba de leucemia terminal. Mujer de carácter y determinación, quería que su hijo creciera y cumpliera todos sus sueños. Pero ahora, con esa enfermedad, ya no era posible. La leucemia sería la culpable. Sin embargo, ella estaba decidida a que los sueños de su hijo se hicieran realidad.

-¿Pensaste alguna vez en lo que quisieras ser cuando crezcas? ¿Soñaste y deseaste alguna vez lo que harías con tu vida? -Le preguntó mientras lo tomaba de la mano-.

-Mami, siempre quise ser bombero cuando fuera grande.

-Veamos si podemos hacer que tu deseo se realice- le dijo mientras sonreía y ocultaba dos pequeñas lágrimas que resbalaron de sus ojos.

Más tarde fue a la estación local de bomberos en Phoenix, Arizona, donde conocía a Bob -el jefe de bomberos- que tenía un corazón del tamaño de la ciudad. Le explicó el último deseo de su hijo, y preguntó si sería posible darle un viaje alrededor de la manzana en una motobomba.

-Mire, ¡podemos hacer algo mejor que eso! -dijo el bombero-. Si tiene listo a su hijo el miércoles por la mañana a las siete en punto, lo haremos un bombero honorario todo el día. Puede venir a la estación, comer con nosotros, ir a todas las llamadas de incendio de las nueve estaciones de bomberos. Y si nos da sus medidas, le haremos un uniforme de bombero, con un verdadero sombrero de bombero -no de juguete- con el emblema del departamento de bomberos de Phoenix grabado en él, un impermeable amarillo como el que usamos, y botas de caucho. Todo se fabrica aquí en Phoenix, así que podemos conseguirlo rápidamente.

Tres días después, Bob -el jefe de bomberos- recogió a Bopsy, lo vistió con su uniforme de bombero y lo acompañó desde su cama del hospital hasta el gran carro de bomberos que los esperaba afuera. Bopsy se sentó en la parte trasera, se sujetó fuerte con el cinturón de seguridad para no caerse y realizó con aquellos hombres rudos, todos y cada uno de sus recorridos para apagar incendios y auxiliar a personas accidentadas. Ese día hubo tres alarmas de fuego en Phoenix, y Bopsy fue a todas ellas. Montó en diferentes motobombas, en la ambulancia de los paramédicos, y hasta en el auto del jefe de bomberos. La televisión local también lo filmó para el noticiero de la tarde.

El haber cumplido su sueño con todo el amor, el entusiasmo y la atención que le prodigaron conmovió tan profundamente a Bopsy, que vivió milagrosamente tres meses más de lo que cualquier médico pensó que sería posible.

Una noche, todas las señales vitales comenzaron a disminuir dramáticamente, y la jefa de enfermeras -que creía en la idea de que nadie debía morir solo- llamó a todos los miembros de la familia al hospital. Luego recordó el día que Bopsy había pasado como bombero, así que llamó también al jefe de bomberos y le preguntó si sería posible que enviara al hospital a un bombero uniformado para que permaneciera junto a Bopsy mientras moría.

-¡Podemos hacer algo mejor que eso! -replicó el jefe-. Estaremos allí en cinco minutos. ¿Me puede hacer un favor? Cuando escuche el sonido de la sirena y vea las luces centelleando, ¿podría anunciar por el sistema de altoparlantes que no se trata de un incendio, y que es sólo el departamento de bomberos viniendo a ver una vez más al mejor de sus hombres? ¿Y podría abrir la ventana de su cuarto? Gracias.

Cerca de cinco minutos después, una motobomba llegó al hospital, extendió la escalera telescópica hasta le ventana abierta de Bopsy en el quinto piso, y catorce bomberos y dos mujeres que trabajan en el mismo departamento treparon la escalera hasta el cuarto de Bopsy. Con el permiso de su madre -que en esos momentos había llegado corriendo- lo abrazaron, lo tuvieron en sus brazos y le dijeron cuánto lo amaban. Varios de ellos -hombres fuertes que a diario arriesgan su vida- no pudieron evitar que una o más lágrimas brotaran de su rostro.

-Jefe, ¿soy ahora un verdadero bombero?- preguntó Bopsy con su último aliento.

-Por supuesto que lo eres, Bopsy -respondió el jefe.

Con estas palabras, Bopsy sonrió y cerró los ojos por última vez.

Ante el dolor del ser humano, ¡qué hermoso es escuchar las palabras que tanto acostumbra decir el jefe de bomberos de la ciudad de Phoenix en Arizona! Si todos las utilizáramos cuando algo se nos pide para nuestro prójimo, el mundo sería completamente distinto. ¡Podemos hacer algo más que eso!... es la frase mágica que marca la diferencia entre hacer algo a fuerzas, con frialdad e indiferencia, y hacerlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo el impulso necesario para hermanarnos con el que nos necesita.

Me hubiera gustado mucho conocer al niño Bopsy, porque resistió con valor la proximidad de la muerte, y tenía sueños que quiso hacer realidad. De la misma manera, me agradaría conocer a su heroica madre que supo cumplir todos sus legítimos anhelos antes de que muriera. Y por último, me gustaría algún día tener el honor de saludar de mano al jefe de bomberos de la ciudad de Phoenix en Arizona, que no se mide para darse cuando alguien lo necesita, porque tiene la costumbre de ser generoso al ciento por uno.

jacobozarzar@yahoo.com

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