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Más Allá de las Palabras / RECORDANDO A JORGE

Jacobo Zarzar Gidi

Hace varios años falleció nuestro buen amigo el señor Jorge Bujdud Ozair, en un hospital de La Jolla, California a donde había acudido por enésima ocasión para intentar salvar su vida. Se fue de este mundo mucho más pronto de lo que imaginamos. Su constante optimismo nos hizo pensar que siempre lo tendríamos con nosotros, y olvidamos la gravedad de sus enfermedades.

Salomón, su padre -originario de Nabatille, en el sur de Líbano, había sido “Siye”, y Jorge platicaba de ello con mucho orgullo. Se trata de un cargo religioso importante, que se va heredando de padres a hijos, que se otorga únicamente a las personas que poseen moral, honradez, sabiduría y espiritualidad comprobada.

A Jorge lo traté en repetidas ocasiones por ser vecino cercano a mi negocio, y también porque de vez en cuando nos acompañaba a tomar una taza de café. Era “el filósofo de la mesa”, nos hacía sonreír por su inteligencia e ingenio, la prueba de ello es que siempre esperábamos con optimismo e interés su última frase célebre. Hace varios años nos dijo “que la economía de México se encuentra empantanada, que habrá mucha hambre, y como consecuencia de ello, los gordos adelgazarán y los flacos morirán”. Cuando alguien presumía hablando de muchos millones de pesos, al final decía “que él era canastero de enfrente del mercado, pero un canastero feliz, sin complicaciones”. Un día, platicando con un banquero, (a los cuales les hacía ver su suerte, porque tenía un sinfín de respuestas ingeniosas a todos sus argumentos) le dijo: “jamás nadie me presentó la crisis, porque siempre he vivido envuelto en ella”. Cuando alguien hablaba del riesgo que había en los negocios, él decía:

“Mínimo error, máxima catástrofe”. Si se comentaba algo acerca de una persona caritativa que tuviese abundantes recursos económicos: “mano generosa, mano poderosa”. Cuando arreglaba un problema importante de su negocio, nos decía que lo consiguió “gracias a que había usado el teléfono rojo”. Cuando su empleado de muchos años llamado Juan le preguntó ¿qué cargo tenía él en su negocio?, para que se sintiera contento y orgulloso de su trabajo, le contestó de inmediato que él era “Director de la Compañía” (a pesar de tratarse de un negocio pequeño). También le escuché decir: “Detrás del miedo está el dinero”, y “Detrás del lujo está el soborno”, “La juventud es fuego, la vejez es miedo”, “Los negocios nuevos tardan en funcionar dos años y un día”. Cuando alguien le decía algo que lo halagaba, su fina respuesta era: “Esto sienta precedente en mi persona”. A los que decían chistes subidos de tono en la mesa del café de los sábados, siempre los llamó: “Villanos moderados”, y a los que aparecían en los periódicos haciendo travesuras y maldades: “Villanos recalcitrantes”. Cuando se levantaba de la mesa del café, decía en voz alta a sus amigos -que finalmente no pudieron componer el mundo: “Se despiden las principales potencias”.

Como comerciante, Jorge siempre estuvo satisfecho con lo que tenía, pero nunca fue un conformista. Jamás lo escuchamos quejarse, ni criticar a otra persona. Decía que “un mal arreglo era siempre mejor que un buen pleito”. Al cobrar una cuenta -que alguien no quería o no podía pagar- prefería rebajar una parte, en lugar de quedar enemistado para siempre con el deudor. Jamás discutió ni entabló pleito con persona alguna, y debido a ello se autonombró “Ciudadano Suizo”. Conocía a la perfección el arte de vender porque ésa fue su profesión durante toda la vida. Sabía vender y sabía cobrar sin lastimar susceptibilidades. Poseía la magia del convencimiento. Nos hacía sentir que los artículos que manejaba (calendarios, cajas fuertes, envases desechables y velices) eran los mejores y los más baratos del mundo. Cada vez que realizaba una venta importante, se le iluminaba el rostro y compartía la dicha con su familia y con sus amigos.

Jorge tuvo siempre un mensaje de esperanza para todas las personas con las que se relacionó. Al enfermo le decía que se iba a curar, al triste lo motivaba a seguir adelante, al pesimista lo alentaba con una palabra de optimismo. Desde mucho tiempo atrás aprendió a vivir en equilibrio, y a muchos de nosotros nos enseñó generosamente que la vida, bien vale la pena vivirla. Valoró cada instante de su existencia, y nos hizo comprender que en los pequeños detalles descubrimos la grandeza de todo aquello que nos rodea. (Platican que al llegar a casa, se sentaba en su sillón predilecto, y cuando era la temporada, se comía un delicioso mango mientras leía el periódico y veía con tranquilidad los programas de la televisión).

Por su don de gentes y su sencillez, los grandes empresarios de la Comarca Lagunera, acostumbraban invitarlo a la inauguración de sus negocios en diferentes partes de la República Mexicana. Por lo regular iba acompañado del Padre Marrero que bendecía el inicio del nuevo centro comercial. Sus comentarios y sabias opiniones, siempre fueron tomados en cuenta.

Su esposa Graciela, el amor de su vida, lo apoyó sin descanso en el trabajo, en sus triunfos y en sus enfermedades. Aprendió a preparar los excelentes platillos de la comida árabe, para darle gusto a Jorge, y lo hizo mejor que si se tratara de una paisana. Ella luchó con persistencia, e hizo lo humanamente posible para que Jorge sanara -a mí me consta. Varios tipos de cáncer y leucemias lo fueron persiguiendo (que se mutaban de una a la otra), pero Jorge les hizo frente a todos los padecimientos con una sonrisa en el rostro y un valor que jamás habíamos visto. El doctor Alan Saven que lo atendió junto con otros especialistas, lo llegaron a apreciar bastante, al igual que todas las intérpretes de la Scripps Clinic, porque llegó a ser el prototipo del hombre fuerte que sufrió los embates de las enfermedades más crueles y jamás se doblegó. Se convirtió en un ser humano muy especial, que continuó viendo con optimismo la vida a pesar de que su cuerpo enfermo navegó por muchos años contra la corriente. Varias veces le pregunté si tenía temor a la muerte, y siempre me contestó que no. Uno de sus hijos me comentó que antes de morir había dicho: avísenle a Bichara y a Jacobo...

Un sacerdote que providencialmente pasó por los pasillos del hospital en los últimos momentos, se aproximó a la cama donde se hallaba recostado Jorge, y a su lado, toda la familia reunida. Entre otras oraciones que se dijeron, hubo una del Rev. Thomas Thompson, de la Diócesis de San Diego, que los reconfortó plenamente para llegar a la total aceptación de los designios de Dios: “Señor: Hazme un instrumento de tu salud; cuando estoy débil y con dolor, ayúdame a descansar; cuando estoy con ansiedad, ayúdame a esperar; cuando estoy con temor, ayúdame a confiar; cuando me siento solo, ayúdame a amar; cuando te tengo lejos de mí, ayúdame a saber que Tú estás junto a mí”. “Dios mío, Tú que das la salud, no dejes que sea tan exigente conmigo mismo y no dejar que otros me ayuden, ni esperar que otros me curen y dejar de hacer mi parte para que yo mejore. No permitas que busque un escape, sino que sepa enfrentar mi dolor como Tú lo hiciste en la cruz, y de esa manera llegar a conocer lo más profundo de Tu amor. Encontramos la fe verdadera, no en nuestra incertidumbre, pero sí en nuestro control; y al conocer los límites de nuestra mente y de nuestro cuerpo, descubriremos que nuestro espíritu permanece completo, y al pasar a la muerte, hallaremos la vida eterna. Amén”.

jacobozarzar@yahoo.com

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