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Más Allá de las Palabras / SIETE HIJOS

Jacobo Zarzar Gidi

Todos conocemos la historia de muchos padres de familia que se sacrificaron una y otra vez para educar y sostener a sus hijos. Conocemos sus desvelos y limitaciones para sacarlos adelante, para convertirlos en personas con valores, preparadas para enfrentarse a la vida, con iniciativa propia, con creatividad y fortaleza, que supieran trabajar y servir a la comunidad en la cual se desenvuelven. Sin embargo, se dice por allí ?que un padre de familia puede sostener a siete hijos, pero siete hijos no pueden mantener a su padre cuando ha envejecido y ya no tiene energía suficiente para trabajar?. ¿Por qué sucede esto? La verdad es que un buen padre de familia sostiene y educa ?por amor? a siete hijos o más, pero todos esos hijos no pueden o no quieren ayudar económicamente a su padre cuando éste llega a la ancianidad. Al contraer matrimonio los hijos, permanecen al pendiente de la familia que formaron, y descuidan a su padre que ahora se encuentra cansado, enfermo y muchas veces sin dinero. Ponen de pretexto una gran cantidad de excusas para no auxiliarlo, alegando que sus compromisos son numerosos ?y que no pueden con una sola cosa más?. Esta actitud se torna moralmente más grave, si los hijos tienen recursos económicos suficientes, y no los quieren ayudar. Cuando mucho, ?lo rotan? a regañadientes cada domingo entre los hermanos, y por la tarde le dan uno que otro gusto para que se la pase bien. No se explican ¿cómo es posible que su anciano padre haya podido sostener a cada uno de los hijos, dándoles casa, comida, ropa y estudios, a pesar de que esos años que transcurrieron eran más complicados que en la actualidad? Se trata pues de una ingratitud que merece ser corregida a tiempo, antes de que sea demasiado tarde.

En los países africanos se respeta más a los ancianos porque se considera que su sabiduría puede ser aprovechada por los jóvenes que viven en las aldeas. En nuestra sociedad, se respeta más a los ancianos en el campo que en la ciudad. En la sociedad moderna, se considera equivocadamente ?que el anciano ya no es indispensable? porque antes acumulaba tradiciones orales, experiencias e historias valiosas que servían a la comunidad, pero ahora la gente las encuentra con mucha facilidad en libros y en computadoras.

Si hablamos de la vejez, podemos afirmar que se trata de un proceso de aprendizaje de virtudes, que el hombre por su soberbia perdió en su juventud. El Señor nos enseña con nuestras limitaciones propias de esa edad, a ser humildes y sencillos en la vejez.

Aprender a envejecer es un arte, un oficio que es menester adquirir con habilidad. En muchas ocasiones, tenemos la vejez que nos hemos ido labrando a lo largo de la vida y es entonces cuando cosechamos lo sembrado. El que se pasa la ancianidad inconforme, reclamándole a Dios sus achaques, está perdiendo una de las mejores etapas de su existencia. Permanecer ocupado en ese tiempo, constituye un elemento preventivo de primera mano para no acelerar el deterioro de nuestras facultades. Esto es válido incluso a nivel intelectual: mantener viva la curiosidad cultural, sorprenderse de las maravillas de la naturaleza, estar en contacto con las noticias del mundo y no encerrarse, son elementos positivos que ayudan a estar mejor. Si vemos las cosas y los sucesos con espíritu positivo, nuestra salud mejorará; y si aumentamos nuestro nivel de espiritualidad, descubriremos tarde o temprano que nuestra alma tiene un brillo distinto que se llama felicidad.

Durante la vejez, realizamos un balance existencial, un examen personal, un arqueo de caja, con sus movimientos de entrada y salida. En ese tiempo, la personalidad se suaviza, perdemos la dureza que habíamos tenido en la juventud, dejamos a un lado la prepotencia al hablar, somos más comprensivos con la gente, e intentamos tener a nuestros hijos junto a nosotros para darles amor, que tanta falta les hace.

Un sentimiento de tristeza invade a estos ancianos cuando se dan cuenta que están perdiendo el poder que antes tenían. Cuando se dan cuenta que ?para no mortificarlos? se les ocultan cosas importantes que suceden en casa. Cuando ya no los toman en cuenta y los hacen a un lado como si se tratara de ?un traste viejo?. Cuando su propia familia intenta dejarlos fuera de la jugada. Cuando sus órdenes ya no son obedecidas, y por lo tanto otros van ocupando su lugar. Cuando se enteran que les ha surgido una dolencia nueva -la cual prefiere ocultar, porque al darla a conocer, llevan el riesgo de bajar otro nivel en la apreciación injusta que hacen la esposa y los hijos de su persona. En esta época de la vida, la inteligencia y la agilidad corporal decrecen; sentimos temor por algo desconocido que se pueda presentar al día siguiente; las cosas se olvidan; los dientes se aflojan; la espalda se encorva; se pierde gradualmente la vista y el oído; las medicinas son las fieles compañeras que jamás nos abandonan; nos volvemos repetitivos al hablar; sufrimos al caminar por las calles de la ciudad; con frecuencia los ojos se humedecen al recordar la frialdad de los hijos; el bastón se convierte en un amigo inseparable que no podemos olvidar recargado en una pared; la depresión se encuentra a la vuelta de la esquina; y la más pequeña enfermedad lleva el riesgo de convertirse en mortal. Estos años son oportunos para realizar un balance de nuestros actos y pedirle a Dios fortaleza, porque mucha falta nos hará. Es el tiempo adecuado para disfrutar de los nietos y darles a conocer un poco de lo que la vida a nosotros nos enseñó. Es tiempo de ser positivos, de dar gracias por las bendiciones recibidas, de alegrarnos por los dones que se nos han otorgado. Es el mejor momento de que disponemos para amar sinceramente a Dios, para decirle tantas cosas que antes callamos, y para pedirle favores que beneficien espiritualmente a los nuestros. Pensar que a determinada edad se nos ha acabado el tiempo, es un pecado grave, porque únicamente el Señor de la vida tiene el derecho de marcarnos el día y la hora de nuestro momento final. ¡Hay tanto dolor en este mundo, que cuando no se pueda evitar, en lugar de desperdiciarlo, podemos ofrecerlo a Dios Nuestro Señor por alguna intención que beneficie a los nuestros o a las benditas ánimas del Purgatorio!, y no olvidemos que en ciertos casos, es el dolor quien nos salva. A pesar de ser la nuestra una generación débil, no nos quedemos con nuestras amarguras, salgamos de la oscuridad de nuestra recámara en donde muchas de las veces nos encerramos con llave para traer al presente aquél pasado que lastima, y dejemos entrar por la ventana esa luz de esperanza que tanta falta le hace a la humanidad.

Recordemos que una persona con buen equilibrio psicológico acepta con agrado que los años pasen, tomando en cuenta que cada época tiene sus alicientes, atractivos, retos, goces y dificultades. Aceptar la realidad -poniendo nuestra confianza en Dios, es un síntoma de equilibrio, de madurez psicológica, de buena concordancia entre la edad cronológica y la mental. Pasarnos la vida añorando tiempos pasados que no habrán de volver, es un error... es mejor vivir el momento, que tiene matices riquísimos que antes no se presentaron y que ahora podemos disfrutar.

En estos momentos recuerdo las hermosas palabras llenas de fe y esperanza, que el Papa Juan Pablo II pronunció días antes de morir: ?En las manos de la Madre de mi Maestro, dejo a todos los que me encontré en el camino, a mi Iglesia, a mi Nación, y a la humanidad entera?.

jacobozarzar@yahoo.com

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