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Más Allá de las Palabras / UN MATRIMONIO DIFÍCIL

Jacobo Zarzar Gidi

Muchas personas casadas deberían tomar como ejemplo la vida de Santa Rita de Casia. En la actualidad es muy fácil “justificar” una separación o un divorcio cuando las cosas no marchan bien, pero esta santa que nació en el mes de mayo del año 1381, supo tolerar las adversidades que se le presentaron al darse cuenta que su marido llamado Paolo, era un verdadero monstruo de maldad. En el corazón de esta santa reinaba Jesucristo y con su ayuda supo transformar el carácter y la manera de ser de su marido, que le resultó bebedor, mujeriego, abusador, vengativo y ciento por ciento agresivo. En la vida de Santa Rita descubrimos la voluntad de Dios de conservar a toda costa el matrimonio religioso a pesar de la mala suerte que le tocó.

Rita soportó cada día el genio feroz de este hombre, y todo con la más exquisita paciencia, sin quejarse, sin recurrir a las autoridades civiles para pedir sanciones, y ofreciendo todo este lento martirio por la conversión de los pecadores y entre ellos, el primero, su esposo. Su vida se desarrolló en tiempos de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones. Países invadían a países, ciudades atacaban a ciudades cercanas, vecinos se peleaban con los vecinos, hermanos contra hermanos y por todas partes reinaba el odio, la desconfianza y la venganza. Con su vida de oración y sufrimiento, encontró fortaleza en Jesucristo. Los padres de Rita se llamaban: Antonio Manzini y Amata Ferri, a los que se conocía como los “Pacificadores de Jesucristo”, pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Ellos no necesitaban discursos poderosos ni discusiones diplomáticas, sólo necesitaban el Santo Nombre de Jesús, su perdón hacia los que lo crucificaron y la paz que trajo al corazón del hombre. Sabían que sólo así se pueden tranquilizar las almas.

El matrimonio tuvo dos gemelos varones, los cuales sacaron el temperamento del padre. Rita se preocupó y oró por ellos, tomando en cuenta que su vida estaba en continuo riesgo porque eran muchos los enemigos de su esposo que deseaban vengarse de él.

Después de veinte años de matrimonio y oración por parte de Rita, el esposo se convirtió, le pidió perdón por todo lo que la había hecho sufrir y le prometió cambiar su forma de ser. Rita perdona y él deja su antigua vida de pecado trabajando en el campo y ganándose la vida sanamente. Esto no duró mucho, porque mientras su esposo se había reformado, no sucedió lo mismo con sus antiguos enemigos. Una noche Paolo no llegó a la casa. Antes de su conversión esto no hubiera sido extraño, pero en el Paolo reformado esto no era normal. Rita sabía que algo había ocurrido. Al día siguiente lo encontraron asesinado, víctima de una venganza. Afortunadamente había pedido perdón a Dios en los días anteriores por su indebida conducta y sus malos modos de proceder.

Su pena fue aumentada cuando se dio cuenta que sus dos hijos adolescentes, que eran también muy violentos, juraron vengar la muerte de su padre. La santa suplicó fervorosamente a Dios que no permitiera que sus hijos se convirtieran en asesinos. Rogó al Señor que salvara sus almas y que si era necesario tomara sus vidas antes de que se perdieran para la eternidad por cometer un pecado mortal. El Señor respondió a sus oraciones. Los dos padecieron repentinamente una enfermedad fatal. Durante el tiempo que duró su enfermedad, la madre les habló dulcemente del amor y el perdón. Antes de morir lograron perdonar sinceramente a los asesinos de su padre.

Al quedar sola no se deja vencer por la tristeza y el sufrimiento. Santa Rita quiso entrar con las hermanas Agustinas, pero no era fácil lograrlo. No querían una mujer que había estado casada y que en esos momentos era viuda, las religiosas preferían aceptar a muchachas solteras. Ella se volvió de nuevo a Jesús en oración. Ocurrió entonces un milagro. Una noche, mientras Rita dormía profundamente, oyó que la llamaban ¡Rita, Rita, Rita! Esto ocurrió tres veces. A la tercera vez, Rita abrió la puerta y allí estaban San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista del cual ella había sido devota desde muy niña. Después de correr por las calles de Roccaporena, en el pico de Scoglio, donde Rita siempre iba a orar, sintió que la subían en el aire y la empujaban suavemente hacia Cascia. Cuando salió del éxtasis se encontró dentro del Monasterio, al mismo tiempo que las campanas de la capilla tocaban solas sin que nadie jalara de la cuerda. Ante aquel milagro, las monjas Agustinas no pudieron ya negarle la entrada. Se dieron cuenta que el Señor Jesús la quería dentro del convento. De inmediato es admitida y hace la profesión ese mismo año de 1417... y allí pasa 40 años de consagración a Dios.

Durante su primer año, Rita fue puesta a prueba no solamente por sus superioras, sino por el mismo Señor. Un día, la Madre Superiora -como un acto de obediencia, le ordenó regar cada día una planta muerta. Rita lo hizo así por varios días sin discutir ni protestar. Una mañana, la estaca se convirtió en una vid floreciente y dio uvas que se usaron para el vino sacramental. Hasta este día sigue dando uvas.

Durante la Cuaresma del año 1443 fue a Cascia un predicador llamado Santiago de Monte Brandone (San Jacobo), quien dio un sermón sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que tocó tanto a Rita, que a su retorno al Monasterio le pidió fervientemente al Señor ser partícipe de sus sufrimientos en la Cruz. En esos momentos recibió los estigmas en la frente y las marcas de la corona de espinas en su cabeza. A la mayoría de los santos que han recibido este don, exudan una fragancia celestial. Las llagas de Santa Rita, sin embargo, despedían un olor a podrido, por lo que debía alejarse de la gente.

Por 15 años vivió sola, lejos de sus hermanas monjas. Cuando estaba en su lecho de muerte, le pidió al Señor que le diera una señal para saber que sus hijos estaban en el cielo. A mediados del invierno recibió una rosa del jardín cerca de su casa en Roccaporena. Pidió una segunda señal. Esta vez recibió un higo del mismo jardín al final del invierno. Los últimos años de su vida fueron de expiación. Una enfermedad grave y dolorosa la tuvo inmóvil sobre su humilde cama de paja durante cuatro años. Ella observó cómo su cuerpo se consumía con paz y confianza en Dios. Al morir, la celda se ilumina milagrosamente y las campanas vuelven a tañer solas por el gozo de un alma que entra al cielo.

Su muerte, acaecida en 1457, fue su triunfo. La herida del estigma desapareció y en su lugar apareció una mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia. Debía haber sido velada en el convento, pero por la muchedumbre tan grande, se necesitó la iglesia. Permaneció allí y la fragancia nunca desapareció. Por eso, nunca la enterraron. El ataúd de madera que tenía originalmente fue reemplazado por uno de cristal y ha estado expuesta para veneración de los fieles desde entonces. Multitudes acuden diariamente en peregrinación a honrar a la santa que se ha convertido en Abogada de los Imposibles para pedir su intercesión ante su cuerpo que permanece incorrupto. León XIII la canonizó en 1900.

jacobozarzar@yahoo.com

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