Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Más Allá de las Palabras / UNA VISIÓN APOCALÍPTICA

Jacobo Zarzar Gidi

Hace varios años vi en la televisión una película norteamericana, basada en sucesos de la vida real, que contiene escenas impresionantes; su nombre es Fronteras Sin Límites. Relata la vida de una mujer que trabaja en las Naciones Unidas y que presta servicios humanitarios en varios países. Bajo un ardiente sol, llega esta mujer, con un convoy cargado de granos, a un campamento compuesto por miles de personas hambrientas, en el desierto de Etiopía, al Norte de África. Al estar recorriendo el inhóspito lugar, observa con desesperación a toda esa gente que se está muriendo ante la falta de vacunas y de medicinas, pero sobre todo, porque no han comido ni bebido agua durante varios días. De pronto sus ojos se detienen al ver a un niño de tan sólo seis años, que por la desnutrición aparenta tener tres, y que se encuentra sentado sobre las arenas ardientes del desierto. El convoy frena, y ella se baja inmediatamente para auxiliar al infante. Se trata de un niño a punto de morir; que más parece un esqueleto, que un ser viviente; con todos los huesos marcados en la piel; con la mirada perdida en el horizonte; con el estómago abultado por la falta de alimento; y con la esperanza completamente muerta ante la indiferencia del mundo entero.

Cuando faltaban unos cuantos pasos para llegar hasta él, la mujer observa con terror que a tan sólo un metro de distancia del niño se encuentra parado un enorme zopilote africano, color café, con las alas abiertas, esperando que fallezca para devorarlo. Al ver aquella escena verdaderamente apocalíptica, espanta a gritos y con las dos manos al animal y toma entre sus brazos al pequeño. Los ayudantes de la mujer, al darse cuenta que llegaba cargando al niño entre sus brazos, le dicen: “¿qué caso tiene recogerlo, si muy pronto morirá?, ¿qué caso tiene, si hay miles como él y no los podemos atender a todos por falta de recursos?”. Ella les contesta: “lo importante por lo pronto es salvar a éste, y después ya veremos cómo hacerle para rescatar de la muerte a los demás”. Cuando recostó al pequeño en el camión humanitario, se dio cuenta que muy cerca de allí se encontraba la madre del niño tirada también sobre la arena, bajo un sol abrasador, agonizando por las enfermedades y la desnutrición. La moribunda intentó varias veces mover su brazo derecho y decir algunas palabras para suplicarles que salvaran a su hijo, pero no tuvo fuerzas para hacerlo. De inmediato, la emisaria de la O.N.U. da la orden, y los socorristas la suben también en la parte trasera de la camioneta.

Al día siguiente muere la madre. Ella no pudo ingerir alimentos porque tenía completamente cerrado el estómago. El médico del campamento, que no se daba abasto para atender a los enfermos y moribundos, enseñó a la entusiasta y caritativa mujer a colocar su dedo en la boca del niño rescatado para que aprendiese de nuevo a succionar. Se trataba de una labor urgente, antes de que falleciese también. Después de varios días de incertidumbre, de alimentarlo con un poco de leche, y darle de beber agua limpia, aquel pequeño abandona con menor gravedad la carpa del improvisado hospital para dejar su valioso lugar a uno más de los miles de niños y adultos que esperaban ser atendidos.

Esa película que me impresionó bastante, muestra la terrible realidad que sufren millones de personas en todo el mundo -sobre todo en varias naciones del África. Es tanta la población que existe en esos lugares y son tan escasos los recursos, que diariamente mueren por miles. Al principio de la misma película, se observa a uno de los hombres que tienen a su cargo dicho campamento en Etiopía, viajar hacia los Estados Unidos y presentarse con ropa de trabajo en una gran cena de gente millonaria que pagó cinco mil dólares por persona para entrar. Los ingresos que se recabaran esa noche serían para apoyar a un candidato en su carrera política. Cuando el hombre del campamento llegó hasta el estrado, se subió a la tarima y tomó inesperadamente el micrófono. Hablando casi a gritos, explicó muy molesto, las necesidades urgentes que estaban padeciendo en el campamento de África; tocó el tema de la escasez de agua, que es vital para la subsistencia de la gente; y les dijo con toda claridad que diariamente fallecen cientos de personas por falta de alimento. Les hizo ver que así como pudieron pagar cinco mil dólares por persona para entrar a esa cena, también les era posible realizar donaciones personales o de sus empresas para remediar la terrible situación de sus hermanos en el África. Pero todos se burlaron de él y le pidieron que abandonara cuanto antes el salón del club donde estaban reunidos, “porque habían ido a divertirse y los estaba molestando”. El hombre no quiso retirarse, porque tenía la intención de enseñarles fotografías de hombres, mujeres y niños a punto de morir, que ya no pueden aguantar un día más, pero los guardias de seguridad lo golpearon y lo arrojaron a la calle.

Esas escenas que he descrito, me hicieron recordar a Ghandi -el libertador de la India. Era un hombre bastante querido por su pueblo por el cual vivió, y por el cual se sacrificó. Su desprendimiento de los bienes materiales era verdaderamente admirable.

Un día en 1916, lo invitaron a la inauguración de una gran universidad en la India, y dijo estas palabras a los presentes que con elegancia y fastuosidad asistían a la reunión: “Andáis diciendo que amáis mucho a los pobres, pero yo veo que estáis llenos de adornos y de lujos, y con la venta de estas joyas y de estas vanidades inútiles podríamos ayudar a muchísimos pobres. Decís que os interesan los pobres, pero veo en vuestras casas unos lujos totalmente innecesarios que para lo único que sirven es para alimentar el propio orgullo. Con la venta de todos esos lujos se podrían solucionar los problemas de tantos pobres que se mueren de hambre. Yo os digo pensando en voz alta: si en verdad amáis a los pobres, despojaos de vuestros adornos inútiles y vendedlos para ayudar a los necesitados que son hijos de Dios. Quitad esos lujos que no os hacen falta, y con el producto de su venta, ayudad a tantos que padecen necesidad, y entonces sí podréis decir que vuestro amor al pobre es de obras y no sólo de palabras”.

Los primeros cristianos manifestaron el amor a sus semejantes viviendo con especial esmero la preocupación por atender las necesidades materiales de sus hermanos. Dar y darse no depende de lo mucho o de lo poco que se posea, sino del amor a Dios que se lleva en el alma. La caridad debe nacer del corazón, atrae bendiciones del Altísimo y produce abundantes frutos, cura las heridas del alma, es defensa de la esperanza, tutela de la fe, medicina del pecado, corona de la paz, don de Dios, necesaria para los débiles y gloria espiritual para los fuertes. No demos nunca de mala gana o con tristeza, porque Dios ama al que da con alegría. “Esto dice tu Señor: Me diste poco, recibirás mucho; me diste bienes terrenales, te los devolveré celestiales; me los diste temporales, los recibirás eternos”. Con gran verdad afirma Santa Teresa que “aun en esta vida los paga Su Majestad por una vías que sólo quien goza de ello lo entiende”. Pidamos a Dios que nos conceda un corazón generoso que sepa dar y darse, que no escatime tiempo, ni bienes económicos, ni esfuerzo... a la hora de ayudar a otros.

Muchas veces nos preguntamos ¿cómo podemos ayudar nosotros en el momento actual que estamos viviendo? ¿Cómo podemos hacer que este mundo marche mejor, a pesar de que existen tantas carencias entre la gente pobre? La verdad es que no podemos ayudar a todos, y posiblemente tampoco podemos ayudar a unos cuantos, pero sí podemos aunque sea intentar ayudar a una persona que verdaderamente lo necesite, a una persona que esté haciendo todo lo posible por salir adelante y no ha podido avanzar como se merece debido a su pobreza. Conozco el caso de una joven que estudia el segundo año de la carrera de leyes en una universidad privada de Torreón. Sus deseos de superación son muy grandes y quiere terminar sus estudios a como dé lugar. Desde que estudiaba la secundaria, hasta el día de hoy ha trabajado y sigue trabajando de sirvienta en una casa y en ese mismo lugar descansa por las noches debido a que su familia vive en un rancho lejano. Para poder estudiar su carrera obtuvo una beca del 90 por ciento, pero ella tiene que pagar con lo que gana de su trabajo el diez por ciento restante, comprar libros que le piden y que son necesarios, así como también el pasaje para llegar a la universidad. El otro problema que tiene en estos momentos es el horario bastante irregular de sus clases: unas por las mañanas y otras por las tardes. Con su esfuerzo está obteniendo muy buenas calificaciones y ha sido la primera mujer de su ejido que logra terminar la preparatoria y entrar a la universidad. Lo ideal sería que alguien la ayudase a terminar su carrera apoyándola con una parte de sus gastos. Yo estoy seguro de que será una buena profesionista porque todo lo que ha hecho lo consiguió con un gran esfuerzo. Si usted puede y quiere ayudar, favor de comunicarse con la señora Estrella de Faya -que conoce el caso, al teléfono 713-67-27, o al celular 044(871)1565150.

jacobozarzar@yahoo.com

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 305560

elsiglo.mx