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Jacobo Zarzar Gid

¿POR QUÉ LA GENTE SE SUICIDA?

Cada vez un mayor número de personas toma la fatal determinación de suicidarse. Cuando leemos en los periódicos la terrible noticia, nos preguntamos: ¿por qué sucede eso? Hombres y mujeres de todas las edades se encuentran en las estadísticas, pero en los últimos años lo hemos visto más entre jóvenes de 17 a 20 años. Su familia no se explica por qué tomaron esa fatal determinación. Algo está fallando en nuestra sociedad que no alcanzamos a comprender. El dolor y el daño moral que causan los suicidas a su familia se asemeja a una espada de dos filos que penetra hasta el corazón y su recuerdo se transmite de generación en generación como un estigma imposible de borrar.

La falta de un sólido proyecto de vida acarrea en las personas el deseo incontrolable de terminar con la propia existencia. Es necesario descubrir qué es la vida, en qué consiste, para qué vivimos. Solamente de esa manera la amaremos y la cuidaremos. Es importante darnos cuenta que hemos sido afortunados al estar en este mundo y por lo tanto esa oportunidad no la podemos truncar. Convencernos de la conveniencia de sacarle el máximo provecho a cada jornada, viviendo intensamente el momento, dándonos cuenta que cada época de nuestra vida es hermosa y la debemos aprovechar. Hospedar dentro de nosotros los grandes temas, como son: el amor, el trabajo, la cultura, la amistad, la satisfacción por el deber cumplido, etc. Saber de dónde venimos y hacia dónde vamos con esa trascendencia esperanzadora que se encuentra a la vuelta de la esquina y que no debemos ignorar. Incluir a Dios en ese mar embravecido por el que estamos atravesando y aprender a amarlo como buen Padre al que debemos acudir en una oración constante.

Vivimos en una sociedad que tiene prisa, pero que muchas veces no sabe a dónde va, perdida en lo fundamental, en un frenesí hedonista que se devora a sí mismo. Perdemos mucho tiempo comparándonos en lo económico con los demás y dejamos a un lado los valores eternos que nos pueden ayudar a combatir la tristeza que conduce a la depresión.

La frustración, la contrariedad y el mal humor son sentimientos negativos que surgen como reacción a un hecho adverso, pero experimentar tales estados no supone ni mucho menos estar deprimido. La verdadera depresión es un estado de hundimiento terrible que cualitativa y cuantitativamente es mucho mayor que cualquier decaimiento producido por los avatares de la vida. El sufrimiento de la depresión puede llegar a ser tan profundo que sólo se vea el suicidio como salida de ese túnel. Cada época de la historia tiene su forma predominante de enfermedad, y en la nuestra, es la depresión lo que más se repite.

Como se decía en la antigüedad, “en la depresión abundan las ideas negras”. Si la evolución del trastorno no se ataja, suelen brotar las ideas suicidas. En ese momento la tristeza domina un cuadro clínico en el que aparecen todo tipo de sentimientos negativos como la angustia, el miedo, el agotamiento, el insomnio y la desesperación. La vida deja de tener sentido y ya no representa un valor, sino una tremenda e insoportable carga.

Los enfermos de cáncer y de leucemia, así como también las personas que son constantemente dializadas por insuficiencias renales, tienden a caer en depresiones agudas con intentos de suicidios que pueden llegar a consumarse, aunque todo depende del ambiente familiar, del apoyo humano, de las creencias espirituales y de los valores morales que se tengan.

Llevar una vida vacía conduce también al suicidio. Se siente una imposibilidad de tomar parte activa en el mundo de las emociones. Es como si la vida afectiva estuviera seca, marchita, árida, acartonada, acabada y sin posibilidad de respuesta.

Es importante que los jóvenes se comprometan con una misión en la vida para que sientan que han venido a este mundo para mejorarlo y dejarlo mejor de como lo encontraron al llegar a él. Una misión que se base en el amor, para transformar lo árido en fértil, lo traumático en esperanzador, el egoísmo en generosidad y la tristeza enfermiza en alegría por la vida. Los padres de familia, los catequizadores y los sacerdotes, tienen el deber de orientar a la juventud para que su pensamiento no se desvíe.

En los últimos años he visto a muchos enfermos terminales que quisieron recobrar la salud, y cuando vieron que eso no era posible, anhelaron disponer por lo menos de una semana más de vida. Los he visto hacer todo lo que sus médicos recomendaron y todo lo que la gente les sugirió. ¿Cómo es posible que personas sanas se quieran suicidar? La verdad es que algunas veces existe un dolor tan grande, que hace ver la vida avanzando inútilmente por un túnel sin salida. Cuando esto suceda, cuando sintamos que las tribulaciones nos asfixian, cuando veamos todo oscuro a nuestro derredor, dirijámonos a Dios y hablémosle fuerte para que nos dé un poco de su gracia y de su paz. Que nos dé algo de su paciencia para no desesperarnos, para no tomar determinaciones con las que Él no está de acuerdo, porque el Señor nos da la vida y nosotros no debemos de arrebatárnosla. Ojalá que en esos momentos difíciles sepamos elegir la vida y no la muerte.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Paciencia con las enfermedades, con la pobreza, con el abandono de nuestros seres queridos, con los achaques de la ancianidad, con lo desesperante que algunas veces se presenta la vida. En los momentos más difíciles, cuando estemos a punto de cometer una locura, digamos en voz alta: “¡Ven pronto Señor, date prisa en ayudarme!”.

jacobozarzar@yahoo.com

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