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Jacobo Zarzar Gidi

LA IMPORTANCIA DEL AMOR

Hablar del amor no es sencillo, porque para hacerlo, es necesario sentirlo por lo menos en ese momento. Si tenemos un sentimiento adverso ocasionado por fuerzas internas o externas, se nos dificultará conseguirlo y lo dejaremos para una mejor ocasión. En verdad que el sitio donde más debería existir el amor, es en el hogar, pero desgraciadamente es donde más escasea. Los cónyuges, a pesar de haber recibido la bendición de Dios cuando se casaron, se pelean y discuten por todo y por nada, y son los hijos quienes llevan la peor parte. De todos los tipos de amor, el más conflictivo es el que expresamos a quienes están cerca de nosotros. En los momentos actuales, son muchos los recién casados que se separan y posteriormente se divorcian, porque no supieron o no quisieron invitar a Jesucristo a que viviera con ellos. No lo tomaron en cuenta y perdieron la oportunidad de fundar una familia con sólidos principios morales que participará en el plan de salvación de su Creador.

El otro día le pregunté a una persona que lleva 15 años de casado, ¿cómo le iba en su vida familiar? “Bien -me respondió, todos nos queremos, sin embargo, hay veces que me dan ganas de matar a mi esposa porque hace cosas que me molestan, a mi tía, porque se pasa el día hablando por teléfono, a mi suegra por entrometida, y a mis hijos porque durante buena parte de la noche tienen el radio encendido a todo volumen”. El amor exige paciencia para aprender a dominarnos y no reaccionar a la violencia con violencia, tolerancia para no darle tanta importancia a lo que nos molesta, y sabiduría para decir las cosas en el momento indicado.

Debemos dar gracias a Dios por los seres queridos que tenemos, a pesar de que todos somos distintos y que siempre habrá cosas que recíprocamente nos molesten. Esas diferencias nos ayudarán a madurar, a conocernos a nosotros mismos y a conocer a los demás.

Con toda seguridad, el elemento más importante que debe de existir en una familia, es el perdón. Debemos estar dispuestos a perdonar “setenta veces siete” para que la barca se mantenga a flote y no llegue a naufragar. Si la pareja de novios no sabe perdonar, es mejor que no se case; si los padres no saben perdonar a sus hijos, no podrán ganar su respeto; y si los hijos no aprenden a perdonar a sus padres, no verán realizados sus sueños cuando tengan descendencia. Siempre he pensado, que deberían de existir unos cursos intensivos en las universidades, para poder contraer matrimonio con éxito. Nos capacitamos durante varios años para ejercer una carrera, pero nadie nos enseña cómo prepararnos para el matrimonio a pesar de la importancia que tiene y tendrá en nuestra vida presente y futura.

El sentir amor y saber expresarlo, es un don que no todos tienen. Aparentemente es más sencillo y cómodo el ser fríos con la gente y mantenerse aislados para no tener problemas, pero no nos enteramos que ese supuesto riesgo que tenemos al tomar en cuenta a nuestro prójimo, deja de ser considerado riesgo, transformándose en una deliciosa entrega que va íntimamente ligada a nuestra naturaleza humana y que arrastra grandes satisfacciones.

Hace varios años, llegó un señor al consultorio de un psicólogo llamado Leo Buscaglia, en los Estados Unidos, y le confesó que acababa de morir su esposa la noche anterior. No sabía cómo enterrarla, porque siempre le había pedido a él que le comprase un vestido rojo, y nunca quiso acceder a esa petición, porque ese color se le hacía muy cursi. “¿Usted cree doctor, que ahora que ha muerto, deba yo enterrarla con ese vestido rojo que tanto me pidió?”. “Imbécil” -le contestó el profesionista-. “¿Ahora ya para qué?”.

El amor no se vende, ni se compra, no se comercializa, ni se condiciona, se entrega con delicadeza y constancia, con ternura y sin presunciones. El verdadero amor es silencioso, desprendido, sin exigencias, rico en detalles y fresco al igual que las auroras. Cuando Jesucristo pidió que nos amáramos los unos a los otros como Él nos ha amado, marcó en una forma sencilla pero profunda a la vez, el comportamiento que deberíamos de tener con nuestro prójimo. ¡Pobre de aquél que lleva sobre sus espaldas la carga del odio contra alguna persona! ¡Desgraciado es y será aquél que por un motivo u otro asesina a un semejante! No sólo no lo amó a pesar de ser su hermano en Cristo, sino que lo privó de la vida. Por supuesto que perdonar en la práctica no es fácil. Nuestra mente racional no basta para abrirse paso al instante a través de la intrincada red de sentimientos que nos abruman cuando nos hacen un mal. Parece más sencillo buscar algunas formas de huir de nuestro dolor.

En vez de enfrentarnos a él, culpamos, acusamos, condenamos, excluimos y maldecimos. El perdón jamás puede tener lugar en un ambiente de acusación, de condena, de cólera y de censura. Sólo empezaremos a perdonar cuando logremos ver a los que nos ofendieron como a unos pecadores iguales que nosotros, ni mejores ni peores.

Si no sentimos amor, ternura, compasión y afecto por nuestros semejantes, nuestra vida estará vacía, aun cuando gocemos de la mejor salud, tengamos la casa más elegante y el mejor saldo en el banco. Y a pesar de que sabemos muy bien todo esto, dedicamos muy poco tiempo al desarrollo de esos tipos de conducta. De hecho, vivimos en una sociedad machista en la cual las palabras tales como amor y entrega se han visto relegadas a una sentimental, ridícula y anticuada tontería. Si usted ama, la sociedad actual lo considera ingenuo. Si es feliz, lo considera simple. Si es generoso y altruista, lo consideran sospechoso. Si es indulgente, lo consideran débil. Si es confiado, lo consideran tonto. Y si trata de ser todas estas cosas, con toda seguridad la gente lo llamará farsante. Esta actitud ha creado personas indiferentes, nada dispuestas a involucrarse en hechos heroicos, de sacrificio, generosidad y entrega. Una risa espontánea puede curar una depresión o una enfermedad, una relación positiva puede ocasionar un bienestar físico, psicológico y mental. Una sociedad que no tenga a quien amar, está destinada al fracaso. Las experiencias que vamos teniendo conforme avanzamos en edad, nos permiten ir en dirección de un estado dinámico de desarrollo hasta llegar a la madurez. Han sido lecciones vivientes para enfrentarnos a la derrota, para librarnos y sobreponernos al temor, y para ayudar a nuestro espíritu a erradicar el miedo a amar.

Según Joshua Liebman, la frase “Y vivieron por siempre felices” que aparece en muchos cuentos para niños, “es una de las frases más trágicas que se encuentran en la literatura. Es trágica porque nos dice una falsedad acerca de la vida y porque ha conducido a incontables generaciones de seres humanos a esperar algo de la existencia humana que simplemente no es posible sobre la faz de esta frágil, débil e imperfecta Tierra”. Son muchas las jovencitas inmaduras que poco tiempo después de estar aún jugando con muñecas, contraen matrimonio. Ellas llevan en la mente la “fantástica” frase final de los cuentos de hadas que las invita a ser felices “para siempre”, por haberse encontrado con su príncipe azul, y al no serlo, en la primera contrariedad, de inmediato renuncian a sus promesas matrimoniales y buscan la anulación.

Si tratamos el tema de la felicidad con una persona de edad que ha sido exitosa en su matrimonio, nos contestará, que no tuvo un día completamente feliz, pero sí conoció momentos que la hicieron dichosa. Cuando se ama a alguien, no se le ama todo el tiempo, sería mentira afirmar lo contrario. Aprender a vivir con los demás, amándolos, requiere habilidades tan delicadas y premeditadas como las del cirujano, el comerciante, el maestro de obras, el cocinero, el abogado y el científico. Sin embargo son muchos los que se lanzan al matrimonio con tan sólo el deseo sexual que no los llevará a ninguna parte. Después caerán en la aburrición, el aislamiento, la melancolía y el vacío por no haber incursionado primero en el amor verdadero y en los sentimientos que perduran.

¡Tenemos tanto en la vida!, y a pesar de ello sufrimos una de las privaciones más peligrosas: la incapacidad de expresar nuestro amor con afecto franco y honesto sin temor. Se necesita tan poco para abrir nuestros brazos y nuestro corazón a los demás, que si lo comprendiéramos, nos sentiríamos todos hermanos y el mundo sería mucho mejor.

jacobozarzar@yahoo.com

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