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Más allá del vacío

Federico Reyes Heroles

Algo no cuadra. El país de la Comuna de París, de los grandes pensadores de izquierda como Jean Jaurés, Sartre o Mitterrand, el de las lecciones del 68 y mucho más, ha votado por tercera ocasión consecutiva por la derecha. Se podría decir que ha sido también el país de De Gaulle o Pompidou o Le Pen, no hay sorpresa, la derecha siempre ha estado allí. Sin embargo lo ocurrido merece reflexión.

En el simplismo podría decirse que Francia ha girado a la derecha. Los temas típicos de seguridad, nacionalismo, la imagen de fortaleza de Sarkozy, todo combinado explican la victoria. No sería el primer país desarrollado en que el corrimiento se da de manera gradual y continuada. Pero en Francia la agenda social está muy viva, basta con recordar los alzamientos de jóvenes descendientes de inmigrantes que pusieron en jaque al Gobierno de Chirac. La economía tampoco ha marchado con la pujanza que debiera y el problema del paro ha llegado a la pesadilla. ¿Qué sucedió? Sarkozy tocó temas sagrados como convertir el 68 en la explicación de muchos de los actuales males franceses y sin embargo ganó. La lectura podría invertirse: ese giro a la derecha podría traer enseñanzas a la izquierda democrática.

Segolene Royal lanzó una estrategia que, en un primer vistazo, parecería la típica de una izquierda nueva y renovada. Su primera Ley hubiera sido sobre violencia conyugal. Después, según su propio dicho, abordaría el problema del empleo para jóvenes. Había en su agenda la defensa típica de las minorías y grupos vulnerables y un guiño hacia la economía fuerte. Por supuesto la igualdad de género era eje de su discurso, ella misma, su propia biografía es retadora: cuatro hijos con la misma pareja pero sin matrimonio, mujer de trabajo público desde hace décadas lo cual no le impide ponerse un bikini y escapar de la solemnidad, etc. Pero algo falló. Será acaso que cierto machismo terminó por inclinar la balanza. Puede ser, pero si en Chile la socialista Bachelet pudo triunfar, la nación de Simone de Beauvoir debió de presentar menos resistencias a ese cambio inevitable.

Pero también puede tratarse de otro fenómeno más sutil. Los grandes ejes del pensamiento de izquierda -la idea de confrontación de clases, de justicia redistributiva y finalmente de igualdad- han perdido peso frente a una revolución sorda, pero definitiva. Gilles Lipovetsky, el controvertido sociólogo y filósofo francés, escribió hace tiempo un libro que provocó escándalo: La Era del Vacío. Las tesis eran claras y sin margen: las ideologías pierden poder, hay una reducción importante de “la carga emocional invertida en el espacio público” y, en correspondencia, un aumento de las prioridades de la esfera privada. En el tránsito hacia el “individualismo total” las grandes conexiones colectivas “miniaturizan” sus objetivos: “agrupaciones de viudos, de padres de hijos homosexuales, de alcohólicos, de tartamudos”. Lipovetsky caricaturiza, pero en el fondo hay algo de realidad. Además de los ejes de las minorías que mucho han enriquecido el debate, la nueva izquierda necesita la reconstrucción de colectivos mayores, por supuesto más allá de la clase social.

El “giro a la derecha” de muchas sociedades apunta a un concepto tan frío como convincente: prosperidad. La era del vacío ideológico ha sido llenada por una meta horizontal que abraza a todos: alcanzar prosperidad o más prosperidad lo antes posible. Ese “individualismo total” está sustentado en el consumo. La condena al lujo se desmorona. La nueva consigna de igualdad tiene un termómetro cotidiano, el consumo, cantidad y calidad. Quien pretenda diferir consumo por razones justicieras no ha entendido el furioso impulso que invade a todos, incluidos los jóvenes. No se necesitan grandes explicaciones para entender la lógica del bienestar. La escuchan todos los días por la radio, la televisión, la viven en el Metro, cuando caminan por las calles y comparan zapatos, chaquetas, jeans o cuando poseen un automóvil y saben que el de junto es más seguro, más económico o más veloz. Royal se amparó en la ideología políticamente correcta. Sarkozy en el pragmatismo de la prosperidad.

No hay tiempo que perder reclama a la izquierda André Glucksmann. El tiempo es un factor determinante y Sarkozy, el lobo sediento de poder, lo entendió y puso a la parálisis en el centro: quien acabe primero con la parálisis generará bienestar más rápido. Las coordenadas tradicionales se desmoronan. Para llegar a la meta no hay ya un camino correcto y uno incorrecto. Bienestar pronto. La ambición de igualdad, así sea remota, pasa por la prueba de la vida cotidiana. Más empleos mejor pagados, mejor vivienda, transporte, seguridad social y consumo. Lo demás es ideología.

El pragmático Sarkozy parece haber aprendido la lección muy bien, de allí sus principales puntos: exoneración de impuestos a patrones y trabajadores en horas extras; sanciones agravadas para reincidentes incluidos mayores de 16 años; servicio mínimo de transporte para periodos de huelga (que son una auténtica pesadilla en Francia); deducción fiscal de los intereses que se pagan sobre préstamos inmobiliarios, etc. Sarkozy confronta y eso, como dice Glucksmann, inquieta. Pero al final del día el elector francés optó por el pragmatismo de quien propuso la construcción de mezquitas para que los rituales sean abiertos y no semiclandestinos, lo hizo en parte por temor al adoctrinamiento terrorista.

Las ideologías en retirada; el consumo como contenido del vacío; la velocidad como exigencia incuestionable. Quien camine directo al bienestar conquista el voto. El idealismo no paga. Eso en la Francia de Malraux.

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