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Más que palabras

Salvador Camarena

Cuentan que al revisar los discursos que estaba por pronunciar, el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton murmuraba “palabras, palabras, palabras” al tiempo de que tachaba con su pluma Sharpie estorbosas frases retóricas. Luego de muchos tachones, sus asesores entendieron que lo que Clinton quería pronunciar era mucho más que palabras: deseaba comunicar los símbolos indispensables para que todos entendieran qué país pretendía construir.

Los mexicanos vivimos sometidos a una interminable metralla de declaraciones de personajes públicos, que en su mayoría no sólo son frases huecas, sino que en muchos casos y con la ayuda de un periodismo flojo y autocomplaciente, llegan a constituir una realidad aparte, una cortina de humo que deviene en espejismo.

Ese espejismo llega a su máxima expresión cuando, al revisar periódicos y noticiarios, uno llega a la conclusión de que más que interesarnos en saber lo que ocurrió en algún acontecimiento dado, lo que en verdad ofrecen los medios es lo que se opina sobre eso que ocurrió.

Un amigo ilustraba esta condición con un ejemplo que encuentro insuperable. Le tocó en suerte un colaborador que llenaba su entrega periodística con adjetivos. En una ocasión, al hablar de una matanza, ese autor señaló que en ésta habían muerto “innumerables” personas. Editor profesional y puntilloso, mi amigo acercó al colaborador las tres cifras que las fuentes más confiables manejaban como bajas de la matanza de la que se hablaba. El colaborador desestimó la ayuda con la lapidaria frase de “prefiero el adjetivo al dato”.

En el caso de los discursos de los políticos, en los que también abundan manidos adjetivos y datos engañosos, a las palabras se agregan los símbolos implícitos en aquello que Jesús Reyes Heroles inmortalizara en la frase que sentencia que, en política, la forma es fondo.

Con lo anterior en mente se puede decir que en su primer discurso en cadena nacional, el presidente Felipe Calderón ha querido enfatizar sus diferencias con Vicente Fox. La última ocasión en que el mandatario de las botas usó la cadena nacional fue para denostar al Congreso. Calderón en cambio inaugura ese formato para aplaudir a los legisladores, pero no a todos, sólo a quienes le apoyaron y ese dato esconde grandes símbolos y presagia malas noticias.

La noche del pasado miércoles, Calderón celebró la nueva Ley del ISSSTE. “Con la aprobación de esta Ley se demuestra que los acuerdos en política son posibles, se demuestra que la democracia en México funciona, se demuestra que los políticos se pueden poner de acuerdo para lograr los cambios que México necesita”, dijo el presidente en su mensaje transmitido a través de la radio y la televisión.

¿Una iniciativa aprobada demuestra que nuestros políticos se pueden poner de acuerdo? ¿Demuestra que nuestra democracia funciona? ¿Ahora sí llegarán los cambios “que México necesita”? El tiempo dirá si el presidente tenía razón en su mensaje, si los símbolos deben ser cambiados y por ende debemos asumir que el estancamiento político típico del foxismo quedó atrás.

Sin embargo, las palabras de un discurso siempre esconden cosas. Incluso las que no son pronunciadas. En su mensaje a la nación, Calderón eligió no ser incluyente, eligió no ser generoso en la victoria y eligió restar antes que sumar. En su intervención electrónica, el michoacano pasó completamente por alto un aspecto fundamental: la aprobación a las reformas de la Ley del ISSSTE estuvo lejos de ser unánime. Al menos tres partidos, el PRD, el PT y Convergencia, no sólo no votaron a favor, sino que en todo tiempo manifestaron objeciones a la nueva legislación. En su discurso, el primer mandatario agradeció uno a uno a sus aliados: “Quiero reconocer la responsabilidad y visión de Estado de los legisladores del Partido Acción Nacional, del Partido Revolucionario Institucional, del Partido Verde Ecologista de México, del Partido Nueva Alianza y del Partido Alternativa Socialdemócrata, con su voto se ha concretado la reforma más relevante para México en los últimos diez años”. Para los que no le acompañaron, sólo tuvo silencio.

Que una mayoría apruebe una Ley no tiene nada de malo. Que un presidente agradezca a quienes le respaldaron para sacar adelante una iniciativa, tampoco. Lo que no está bien es que al ser la cabeza de un Gobierno de legitimidad endeble (recordemos los chiflidos y protestas de esta misma semana a Calderón en un acto con jóvenes), el mandatario no le dé un lugar a los cuestionamientos de los también legisladores.

Disentir es una conducta completamente democrática. Es cierto que a lo largo de los pocos días en que sí se discutió la iniciativa, los legisladores del Partido de la Revolución Democrática no lograron presentar ante la opinión pública ya no digamos una propuesta alternativa, no, ni siquiera lograron sembrar dudas razonables sobre la conveniencia de detener la apresurada aprobación. Esa incapacidad técnica tendrán que examinarla los derrotados.

Pero todo aquel que no reconoce los cuestionamientos coquetea con lógicas autocráticas. ¿Qué le costaba a Calderón, triunfador indiscutible en este pasaje de la Ley del ISSSTE, tender una mano a las fuerzas que criticaron su iniciativa? En su mensaje, el presidente sólo señaló: “reitero mi llamado a todas las fuerzas políticas, sin distinción, a que trabajemos juntos, como ahora, para encontrar las coincidencias que beneficien al país”. ¿De veras cree que ese llamado será atendido por una Oposición que siente que le pasaron por encima?

Calderón desaprovechó la oportunidad de contestar con guante blanco a quienes le han cuestionado. De haber agradecido sus críticas y mejor aún, de haberse comprometido a atender sus temores en torno a peligros de probables malos usos de la nueva Ley, pudo con elegancia obligar a perredistas, petistas y militantes de Convergencia a mantenerse constructivamente en el tema.

Al marginarlos, Calderón abona el encono, el resentimiento. Pudo haber inaugurado una era de intervenciones en cadena nacional donde cupiéramos todos, no nomás los que lo apoyan. Al final de cuentas, termina pareciéndose a Fox, que con palabras construía una realidad que no se corresponde con la que vemos en calles… a menudo bloqueadas por las protestas.

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