“No tengo por qué imponer mis convicciones personales a mis conciudadanos... Como católico estoy en contra del aborto, como presidente de los franceses considero necesaria su despenalización”.
Valéry Giscard D’Estaing
Sin duda alguna, el aborto es uno de los temas que más divide y enciende a las sociedades que deciden modificar sus ordenamientos legales para despenalizarlo. Aborto inducido, crimen contra la vida o embarazo interrumpido, diferencias de lenguaje que se refieren al mismo asunto. Criterios ideológicos, científicos, religiosos o morales son usados para defender lo que muchos ven como un derecho sexual y reproductivo de las mujeres o para condenar lo que otros ven como un acto aberrante que niega la vida.
Cuántos de nosotros tenemos a una hermana, a una amiga, a una colega del trabajo, a una empleada, a una compañera de la escuela o a una conocida que haya decidido abortar. Cuántos de nosotros más conocemos a alguien cuyo embarazo no fue afortunado y tuvo que interrumpirlo por poner en peligro la vida propia o la del bebé.
En México el aborto es una realidad. El aborto legal o ilegal. El que se da en condiciones sanitarias, en una clínica privada de cualquier ciudad del país como resultado de una violación o el que se da en el campo, aquel que se realiza en las condiciones más insalubres, de mayor marginación, que ponen en riesgo a la madre, que le dejan infecciones o esterilidad o que, en el peor de los casos, se convierten en una sentencia de muerte.
Según el Conapo en 2005 se realizaron unos 220 mil abortos en México. Cifras más duras revela un estudio de la UNAM, que calcula en un millón el número de abortos realizados en ese mismo año. Hay un mercado negro de la salud, que ocasiona que el aborto sea la tercera causa de muerte materna en nuestro país.
Por todo ello, vale la pena revisar la experiencia internacional, porque muchos de los argumentos que se usan en contra de la despenalización van por el camino de la religión, la moral y los valores.
El caso más reciente y que sirve como comparación, es el de Portugal, en donde en febrero pasado se realizó un referéndum en el que casi el 60% de los participantes dio su apoyo a que el Estado portugués despenalizara el aborto. Sin embargo, debido a que en el referendo la abstención superó el 50%, el primer ministro portugués mandó la iniciativa al Parlamento, donde su partido goza de una mayoría.
En Portugal, al igual que México, la Iglesia Católica tiene mucha influencia y la mayoría de la población profesa la fe cristiana. La Iglesia portuguesa organizó una amplia campaña en contra de la despenalización, pero de poco sirvió ante el respaldo ciudadano a la medida. De igual forma, en Italia se legisló a favor de la despenalización del aborto a fines de los años setenta, pese a que el Vaticano amenazó con excomulgar a diputados y a doctores que apoyaran el aborto.
De acuerdo con el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) “casi dos terceras partes de las mujeres del mundo residen en países donde el aborto puede obtenerse por solicitud”. En otras palabras, en la mayoría de los países del mundo se ha reconocido los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Los países con las mayores restricciones al aborto están en el África negra, en el Oriente Medio y en el sudeste asiático. En América Latina, sólo El Salvador y Chile lo prohíben totalmente.
En resumen, la despenalización del aborto es una tendencia mundial. Como dice el grupo que preside la feminista Marta Lamas, “es más fácil prevenir que remediar”, pero mientras no exista un acceso total a la educación sexual y a los métodos anticonceptivos, legislar a favor de la despenalización del aborto es legislar para proteger la vida de quienes cometieron un error por falta de información o por marginalización socioeconómica, pero que no desean caer en otro más al traer al mundo a un hijo no deseado.
Por lo anterior, toda sociedad que se meta de lleno a la discusión de despenalizar el aborto debe hacerlo con un diálogo abierto con la sociedad, escuchando todos los puntos de vista, pues en democracia sólo así deben darse los grandes debates de la vida nacional. La despenalización del aborto trae consigo costos políticos y sociales, pero es de celebrar la iniciativa que se discute en la Asamblea Legislativa del DF, que, bajo amenazas de grupos como Pro-Vida y de la jerarquía católica, se ha dado a la tarea de legislar sobre este tema, pensando en el bienestar de las mujeres y en el derecho a decidir que compete en última instancia a ellas. Nuevamente, lo ideal sería que la educación sexual impidiera que cada año miles de mujeres tengan que verse ante tal disyuntiva, pero ante la realidad que ya se expuso en estas líneas no hay de otra más que legislar. Ojalá que este debate traiga también una revisión a conciencia de las leyes de adopción en el país, porque así también se estaría protegiendo la vida de miles de niños y niñas que nacen cada año sin ser deseados y que o son abandonados o crecen en un ambiente familiar adverso.
Politólogo e Internacionalista
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