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Memoria roja, México armado

Plaza pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Dos libros sobre la insurgencia armada contemporánea en México, de aparición casi simultánea coincidieron también en remitir el origen de las rebeliones contra el Gobierno a la movilización encabezada en 1943 por Rubén Jaramillo. Hasta inscribieron la fecha en sus títulos: Memoria roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968) y México armado. 1943-1981. El primero, de Fritz Glockner, se terminó de imprimir para ediciones B en septiembre y el segundo, de Laura Castellanos, en octubre, para ediciones Era.

Como lo muestran esas fechas, uno y otro estudian movimientos diferentes. Glockner refiere, además del jaramillismo morelense, una diversidad de desafíos locales al Gobierno, en Guerrero y Chihuahua y pone especialmente su atención en el asalto al cuartel militar de Ciudad Madera en 1965, antes de ocuparse del movimiento popular y estudiantil de 1968. Castellanos estudia los casos de Morelos, de Chihuahua y de Guerrero y extiende su análisis a la guerrilla urbana y la guerra sucia de los años setenta y comienzo de la siguiente.

Rubén Jaramillo fue, en la adolescencia, capitán zapatista en Morelos. Tras la traición a Zapata y su asesinato, depuso las armas. Pero no las abandonó. Instruyó a sus hombres que las enterraran, por si en adelante se ofreciera tomarlas otra vez. En los años veinte se dedicó a trabajar la tierra y a la organización agraria.

Sólo cuando Cárdenas fue presidente, esa vía de acción le mostró resultados. Fue el impulsor del ingenio Emiliano Zapata, en Zacatepec, operado por una cooperativa que contó con el apoyo presidencial directo.

Pero cuando Cárdenas concluyó su periodo buena parte de los proyectos que impulsó fueron sofocados y sus promotores perseguidos. Con nuevas autoridades, el ingenio Zacatepec entró en huelga, encabezada por Jaramillo, a quien se ordenó detener el 12 de febrero de 1943. Resuelto a no ser aprehendido, Jaramillo se remonta y mientras huye de poblado en poblado, va recibiendo el apoyo de las comunidades.

Reúne una pequeña fuerza con la que llega hasta el estado de Puebla, donde sostendrá los únicos combates de su inesperado alzamiento. Trece meses después de su huida, sabedor de que la gente lo apoya con bastimentos, pero no está resuelta a alzar más las armas, Jamillo acepta la invitación del presidente Ávila Camacho a visitarlo. Y de ese modo, sin que nadie habla de rendición, se rinde.

Intentará de nuevo la organización como camino de reivindicaciones. Hasta empleado municipal acepta ser en la Ciudad de México. Participa en elecciones, del lado de los henriquistas. Pero la injusticia y la represión lo persiguen. “Los constantes enfrentamientos –dice Glockner— con el Ejército federal provocaron que Rubén se replanteara la existencia de un grupo armado… Es posible que en ese momento Rubén considerara la idea de un levantamiento nacional como una de las opciones posibles”. Está por concluir el sexenio de Ruiz Cortines y su sucesor Adolfo López Mateos aparece como una esperanza, que expresó yendo a Morelos a abrazar sonriente al líder agrario.

Pero lo quería quieto, al servicio del PRI, en un estado donde el gobernador Norberto López Avelar había pertenecido a la fuerza de Jesús M. Guajardo, el que traicionó a Zapata. Jaramillo agitaba el campo, en busca de reivindicaciones pero dentro de la Ley. Era, sin embargo, demasiado incómodo, en medio de las turbulencias sociales del primer trienio del Gobierno de López Mateos. Por eso, el 23 de mayo de 1962 fue aprehendido junto con su familia en su casa de Tlalquitenango. Horas después, su cadáver y el de su mujer embarazada y sus hijos fueron encontrados cerca de Xochicalco. Nadie se responsabilizó de esos asesinatos. Nadie los investigó tampoco.

Castellanos y Glockner atribuyen importancia semejante a las movilizaciones norteñas, que se expresaron en la sierra chihuahuense poco después del asesinato de Jaramillo. Castellanos descubrió que el Ejército Popular Revolucionario fecha en 2007 sus comunicados en el año 43 porque en 1964 se produjo el primer intento de rebelión en Ciudad Madera, previo al emblemático ataque al cuartel militar el 23 de septiembre de 1965, que fue repelido por el Ejército causando bajas a los asaltantes. Los alzados se habían levantado “convencidos de que ha llegado la hora de hablarles a los poderosos en el único lenguaje que entienden; llegó la hora de que las vanguardias más audaces empuñen el fusil…”.

En 1967 a balazos dispersan un mitin de maestros en Atoyac de Álvarez. Uno de sus promotores, Lucio Cabañas, se refugia en la sierra. Desde un año atrás estaba preso Genaro Vázquez Rojas, que será liberado en abril de 1968 por un comando armado que lo hace llegar a la montaña. Ese mismo año ocurre la movilización y represión que Glockner incluye en su libro de historia social. Castellanos, por su parte, estudia con amplitud las expresiones de lucha guerrerense, incluidas las ejecuciones de sus líderes y la matanza sistemática de quienes apoyaban la insurrección.

México armado, el libro de castellanos se proyecta al futuro al incluir el nacimiento en 1969 de las Fuerzas de Liberación Nacional, que incubarían al zapatismo armado, el EZLN que surgió el primero de enero de 1994, ya fuera de los límites de su estudio. El de Glockner es, dice su editor, un “libro sorprendente, fruto de una investigación veraz y contundente”. El de Castellanos “es un ágil relato periodístico” que no sucumbe “a las valoraciones simplistas” o la opinión maniquea.

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