Se ha publicado recientemente el libro de un ex presidente latinoamericano que vale ser comentado. No se ha publicado aún en español, apenas circula la edición norteamericana. Me refiero a las memorias de Fernando Henrique Cardoso (The Accidental President of Brazil, Public Affairs, 2006), quien fuera presidente de Brasil de 1995 a 2002. Desde el título del libro se advierte la marca de una inteligencia que sabe tomar distancia de su papel en la política y que no cae en la vanidad de imaginarse como un enviado de la Historia: el hombre necesario, el personaje irremplazable que inauguró el tiempo de la luz. Al retratarse como un presidente accidental subraya el acomodo de ese sinfín de azares que conforman el territorio de la política. Cardoso no se pinta como un elegido, se recuerda, si acaso, como un afortunado.
Desde las primeras letras de estas memorias se percibe una entrañable vinculación con la historia. No es que el autor pretenda exhibir el aprovechamiento de su biblioteca, es que su vida está auténticamente imbricada con la otra. Las raíces del ciudadano se mezclan con los cimientos de la ciudad. Su abuelo formó parte del grupo que exigió la renuncia del último emperador; su padre fue un general de ideas avanzadas. Al rememorar su propia vida, Cardoso no tiene más remedio que contar la historia de su país, desde la expulsión de Dom Pedro hasta la formación de su Gobierno. Cada episodio de la nación está atado a un capítulo familiar o personal. Se trata por ello de una autobiografía en donde la historia nacional no es un paisaje distante sino un auténtico coprotagonista. Cardoso no presume el escudo de la familia para probar su linaje. Nadie habla aquí de derechos de sangre. Pero el recorrido largo de familia y patria le permite al hombre de Estado ubicar su responsabilidad y su momento. Sabe bien que los países no se inventan al tronar los dedos.
Casi de manera natural, la línea dramática de esta vida se trazaba inicialmente como un intento de huir del monstruo de la política. Cardoso recuerda su ilusión de vivir una vida apartada del caos de la política y dedicarse al estudio y a los libros. Según su (poco creíble) interpretación, el imán de la política lo capturó venciendo su impulso vertebral de entregarse a la vida académica. Por eso sugiere que la Presidencia le cayó encima, que nunca la buscó realmente. Pero, a pesar de su recuento, aún la vida académica era para él una forma de hacer política. Vale decir que la política de la que habla, esa que ronda toda su vida no es una ambición despejada que impulsa a trepar cargos, sino una aventura colmada de peligros. Bajo el imperio alternante de la inestabilidad y la dictadura, la acción política parece una locura riesgosa y, sobre todo, frustrante. En Cardoso está presente desde muy pronto la tensión entre la vocación intelectual y el compromiso político. Por un lado resalta la pasión por el aprendizaje, la lectura, la cátedra. Quizá los párrafos más vivos de estas memorias fascinantes, relatan las largas noches de discusión que giraban alrededor de algún párrafo de Marx. Al mismo tiempo, Cardoso escucha el seductor llamado de la acción: un aguijón de responsabilidad que lo emplaza a dejar el lápiz y empezar a hacer. Ese compromiso está presente desde sus primeros años de juventud. Al hablar de su decisión de rechazar las carreras tradicionales, optando por la carrera de sociología, reconoce que, más que desear ser sociólogo, soñaba con volverse socialista.
La narración del expresidente es ágil e intensa; profunda y viva. Las tesis del sociólogo se condimentan con la anécdota y el retrato; los orgullos del político se condimentan con el humor del escritor que puede burlarse un poco de sí mismo y que tiene clara conciencia de sus tropiezos y de su buena fortuna. Empapado en historia y política brasileña, el relato es un testimonio que trasciende al inmenso país sudamericano. A través de los recuerdos de este sociólogo-activista-exiliado-dirigente político, podemos asomarnos a distintos episodios cruciales de la segunda mitad del siglo XX: el 68 en París, la caída de Salvador Allende, la rebelión sindical polaca. Y, sobre todo, las dificultades políticas y económicas de una nueva democracia que enfrenta hondísimos problemas sociales con endebles utensilios institucionales. Cuando tomó posesión en 1995 la perspectiva no era muy esperanzadora. Después de aparecer como el domador de la inflación salvaje, Cardoso ganó la Presidencia de Brasil. Era el tercer presidente electo tras décadas de dictadura militar. El primer presidente había muerto antes de tomar posesión. El segundo había sido removido por acusaciones de corrupción. El autor no se prodiga en el autoelogio de su Administración, pero es innegable que entregó buenas cuentas a su sucesor.
La descripción de esa relación es otro punto interesante del libro. Nadie ha marcado la vida política de Cardoso tan intensamente como el legendario dirigente sindical a quien le entregó la Presidencia hace cinco años. Un aliado que se convirtió en adversario. Resalta la complejidad del retrato. En la tela de estas memorias, Lula aparece como un hombre de una biografía admirable, un político extraordinario con una capacidad excepcional para vincularse con la gente. Un hombre que encarna la injusticia, aunque con frecuencia no logre proyectar las mejores ideas para atacarla. Después de dos campañas electorales, la relación entre ellos no es menos compleja pero, insiste Cardoso, hemos tratado de no perder el respeto por cada quien. El elogio no deja de cuestionar, la crítica no olvida la comprensión. El político subraya una herencia de sus tiempos de profesor de sociología: la metodología, antes que la ideología.
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