Estamos con el corazón sangrando’ El presidente Luiz Inácio Lula da Silva, criticado por su mutismo ante la peor tragedia aérea del país, afirmó ayer que Brasil estaba con el “corazón sangrando” por el accidente y que en todos los brasileños se sentía “como nuestras” las pérdidas de vidas. En un mensaje en cadena de radio y televisión Lula pidió “serenidad” a los brasileños y aseguró que el Gobierno trabajaba con “rigor y seriedad, sin precipitaciones” en la investigación del accidente, el segundo en menos de 10 meses. (Archivo)
Sao Paulo, Brasil.- Una extraña mezcla de miedo a volar en aviones, protestas y reclamos al “silencioso” Gobierno, dolor de las familias y una crisis aérea que se agrava cada día, viven muchos brasileños dos días después del trágico accidente de un avión de la aerolínea TAM que hasta ahora deja casi 200 muertos.
El corre-corre de un lugar a otro de los desesperados familiares, el reclamo de los vecinos del aeropuerto por el miedo a un nuevo accidente, el silencio del Gobierno central y un panorama poco alentador de la crisis aérea, apagan cualquier dosis esperanzadora ante la dolorosa tragedia.
La situación del representante comercial Mauricio Gomes, primo de una de las víctimas mortales, es una imagen más del drama que viven cientos de personas que perdieron a sus seres queridos cuando el Airbus A320 se salió de la pista y se estrelló contra un almacén de encomiendas, por coincidencia fatal, de la misma aerolínea.
Cabizbajo y con las ojeras que denotan el cansancio de alguien que por más de 30 horas fue de un lugar a otro en Sao Paulo, la “mole de cemento” de 11 millones de habitantes, en busca de información, Gomes señaló que “Un accidente es como la palabra lo dice: algo accidental. Pero triste es cuando la negligencia es evidente”.
“A mi primo lo mató la intransigencia del Gobierno (para suspender la pista), al que le importan más los intereses económicos y políticos que las vidas en juego”, aseveró Gomes, desahogando su tristeza e impotencia.
El Instituto de Medicina Legal (IML) de Sao Paulo, morgue de la mayor metrópoli sudamericana, testifica la entrada y salida de sollozantes personas que intentan acelerar la identificación de los carbonizados cuerpos.
Ante los ojos de curiosos que desfilan por los cordones de seguridad instalados por la Policía en el anfiteatro y al lente de cámaras y filmadoras de medios de comunicación que a pesar de sus ansias por “retratar” la noticia han mantenido la prudencia con los dolientes, las familias deambulan de un lado a otro.
El drama, aunque con tonalidad diferente, pero con igual intensidad, es vivido también por los vecinos del aeropuerto paulistano, cansados de reclamar ante las autoridades tras el accidente, hace once años, de otro avión de la misma aerolínea.
La quiosquera Geralda Pereira relató: “Estaba cerrando mi quiosco cuando de repente oí un ruido. Miré para arriba, vi el avión que estaba a unos cuatro o cinco metros por encima de mi cabeza y lógicamente pensé que estaba cayendo”.
“Estamos siempre a la expectativa porque últimamente han ocurrido muchos accidentes de avión en Brasil y tenemos miedo”, añadió la sexagenaria mujer, quien tiene un quiosco en los pasillos peatonales en la parte lateral del aeropuerto y que da de frente al edificio impactado.
Al caos aéreo, con suspensiones y cancelaciones de vuelos por protestas laboristas de los controladores aéreos tras el accidente que dejó en septiembre 154 muertos luego del choque en el aire de un Boeing de la aerolínea Gol y un jet privado estadounidense, se suma ahora la incertidumbre y el cuestionamiento a la seguridad en aire.