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Milagros

Javier Fuentes de la Peña

San Agustín, hombre destacado por su sabiduría y benevolencia, en una ocasión dijo: “¿Por qué no ocurren hoy esos milagros de que se habla como sucesos pasados? Yo podría contestar que eran necesarios, antes de que el mundo creyera, para llevarle a creer”. Es cierto que los milagros son instrumentos para demostrarle a la raza humana que existe un ser superior capaz de hacerlo todo, pero no estoy de acuerdo con San Agustín cuando dice que los milagros sólo existieron en los tiempos en que hacía falta que los hombres creyeran en Dios.

Aunque ustedes me juzguen loco, todos los días soy testigo de un milagro. En cada momento me doy cuenta que Dios algo está haciendo desde allá arriba para que me acerque más a Él. Muchos milagros han marcado mi existencia. Recuerdo muy especialmente el día en que estaba frente al altar tomando la mano de mi novia para recibir la bendición de Dios. En ese momento, una extraña sensación se apoderó de mí. Nunca había sentido tal felicidad. Jamás me había sentido tan lleno de amor. Al ver cada día a mi esposa, recuerdo aquel momento en que mi ser se vio arrebatado por el milagro del amor verdadero. Pero el mayor milagro del que he sido testigo, es el nacimiento de mis tres hijos. Cuando ellos se asomaron por primera vez a este mundo y abrieron sus ojitos, yo los cerraba para dejar escapar las lágrimas que la emoción había sembrado en mí. Desde ese momento, no dejo de dar gracias a Dios por confiarme lo más valioso de su creación. Por fortuna, soy capaz de encontrar la mano de Dios hasta en la figura de un minúsculo renacuajo.

Por eso cada Semana Santa, más que significar un tiempo idóneo para vacacionar, representa para mí la oportunidad de agradecer a Dios todas sus bendiciones. Cada noche encuentro en mí a un nuevo Javier Fuentes, pues el día me sirve para convencerme aún más de la benevolencia divina. No sé cómo se le pueda llamar a esto, pero creo que es fe. ¿Hay algo más triste que un hombre sin fe? Yo creo que no. El no tener fe en algo es estar vacío por dentro, es renunciar a la necesidad de trascendencia. Tengo mi fe depositada en Dios y espero la felicidad más allá de esta vida. Tengo fe en que algún día podrá lograrse la igualdad del hombre y creo que mi compromiso con Él consiste en hacer justicia, amar la bondad y no la enemistad, y esforzarme por contribuir a la felicidad de mis semejantes.

Estoy seguro que si todos actuamos de la misma manera, por fin tendremos un mundo en el que reine la concordia, la justicia y sobre todo, el amor. Hace días vivimos de nuevo el mayor milagro que jamás haya conocido el hombre: la muerte y resurrección de Jesucristo. Abramos nuestro corazón y dejemos que Jesús renazca también en nosotros, pues sólo así, podrá nacer en todos la felicidad y, sobre todo, el compromiso de ser mejores cada día.

çjavier_fuentes@hotmail.com

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