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Mineros y maestros/Las laguneras opinan

Mussy Urow

Estamos viviendo muchos cambios en México. No todos son buenos, desgraciadamente.

La mancha de la inseguridad ya alcanzó a Torreón y como en tantas otras ciudades de nuestro país, aparecieron aquí coronas fúnebres para los cuerpos de seguridad, mensajes amenazadores, ya hubo tiroteos y atentados a plena luz del día y ya hay personas desaparecidas. Quisiera extender mi sentimiento de solidaridad con las familias laguneras afectadas, con la esperanza de que sus seres queridos regresen con bien.

Sin embargo, es otro el tema que como ya se ha hecho costumbre, ha sido relegado al olvido por informadores y prensa: me refiero al “arreglo” al que se llegó, por parte de la empresa con las familias de los mineros sepultados en Pasta de Conchos, hace algunas semanas y las protestas de algunos maestros en días pasados. Los dos temas tienen una base común: los sindicatos.

Se sabe que el sindicalismo, sistema de organización obrera, surge como una figura de protección a los trabajadores “contra los abusos y explotación” de los patrones a raíz de los cambios en los procesos de trabajo a partir de la Revolución Industrial.

En México, el sindicalismo oficial o corporativo tiene sus antecedentes con Álvaro Obregón, en el pacto que conforma con los obreros de la Casa del Obrero Mundial en tiempos de la Revolución y en la alianza establecida entre la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM) de Luis N. Morones con los gobiernos de los años veinte.

A partir de Cárdenas quedaron establecidos los pilares de un modelo que perduró con estabilidad hasta los años sesenta: Gobierno, empresarios y sindicatos que produjeron la estabilidad del periodo del “milagro mexicano” hasta finales de la década de los sesenta.

De entonces a la fecha, el sindicalismo mexicano ha estado en constante crisis y se ha dividido en múltiples corrientes, hasta la actualidad, en que se encuentra sumido en una profunda descomposición organizacional.

A pesar de todo esto, diversos sindicatos –unos más fuertes y poderosos que otros- subsisten y constituyen una fuerza importantísima en la vida económica y política de nuestro país.

Indiscutiblemente, su función original sigue siendo necesaria. Sin embargo, resulta imposible sustraerse a la tentación de cuestionar ciertos aspectos de estas organizaciones. En primer lugar, son monopólicas, como tantas otras cosas en México. En los sindicatos mexicanos, igual que en las grandes empresas privadas, los puestos de mando se heredan de padres a hijos.

Los líderes (o secretarios generales) tienen fortunas personales equiparables a las de los más exitosos empresarios, de quienes teóricamente, deben defender a los trabajadores que representan. Pero además, rebasan a los empresarios porque su poder va más allá de lo económico: se extiende a lo político.

Independientemente del partido en el poder, ya lo hemos visto, todos se pliegan ante la fuerza de los sindicatos. Si no, basta recordar la huelga, en apoyo a los trabajadores de Sicartsa, en Michoacán, que en marzo de 2006 paralizó –aunque por unas horas- y a nivel nacional, a casi 200 mil trabajadores, en oposición al Gobierno Federal para que no se inmiscuyera en los asuntos internos de la organización.

Otro ejemplo es el de los maestros de Oaxaca, apoyados por la “insigne” APPO. Aunque estos “maestros” son disidentes del poderosísimo SNTE, que encabeza la Maestra Gordillo, a ellos también les benefician los recientemente conquistados incrementos en salarios y prestaciones.

De todos es sabido que la pequeña, pero valiosísima diferencia que llevó a Felipe Calderón a la Presidencia la aportó la Maestra Gordillo, quien ha sido el más claro ejemplo de “me voy con el que me dé más” y ha demostrado verdadera maestría en el arte de esquivar tempestades y mantener fuerzas y equilibrio.

El líder del enorme sindicato de “Mineros y metalúrgicos” a quien el pasado Gobierno Federal pretendió combatir utilizando medios poco limpios es un ejemplo más de fuerza política. La estrategia federal, a todas luces equivocada, dejó a Napoleón Gómez Urrutia más fortalecido que nunca. De modo que los líderes de maestros y mineros se encuentran hoy firmes y seguros, disfrutando de una posición desahogadísima y dueños de un poder ilimitado.

Volviendo al tema Pasta de Conchos, al que autoridades y empresa dieron olímpico carpetazo, se sabe que la Compañía Minera México también es propietaria de minas en los Estados Unidos. Allá, dicen, “los trabajadores no se ensucian ni los zapatos”; se cumplen todas las medidas de seguridad. Pero en nuestro país, entre Gobierno, empresarios y el ahora empoderado líder sindical, hay acuerdos que toman en cuenta los intereses de todos, excepto el de los mineros.

Me explican que como el carbón es algo “tan barato”, los trabajadores de una mina, aunque estén sindicalizados, tienen mucho menos privilegios salariales y prestaciones que digamos, los que trabajan en la industria automotriz, “porque un coche es mucho más caro que el carbón”.

Entonces, además de tener la mala suerte de un trabajo tan peligroso y mal pagado, también tienen que sufrir la desgracia de pertenecer a un sindicato y trabajar para empresarios igualmente corruptos.

Tal parece que en México hay cosas que no se quieren cambiar, esté quien esté en el Gobierno. Existen leyes que no se aplican, reglamentos que no se cumplen; se gasta pólvora en infiernitos, pero con los problemas de fondo no hay quien se quiera aplicar con voluntad. Los líderes sindicales se saben fuertes, pero tarde que temprano, tendrán que cambiar y reconocer el valor de los trabajadores. El pasado día del maestro, una profesora reclamó al subsecretario de Educación que “los maestros viven en una situación muy desigual” en comparación con su dirigente; el funcionario respondió que “gracias a Gordillo los maestros hoy viven mejor”, pero la valiente maestra contestó: “No señor, gracias a mi trabajo y yo no vivo como ustedes, vivimos muy modestamente y trabajamos mi esposo y yo”.

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