Doña Rosa ha terminado de poner en orden su castaña. Por acá llamamos "castaña" a un baúl cuya cubierta abombada tiene la forma de ese fruto.
En su castaña doña Rosa guarda sábanas y colchas. Las tiene ahí en perfecto arreglo, limpias como una virgen que va al tálamo. Suele poner entre ellas una manzana o un membrillo, o ramitos de menta perfumada. Cuando abre su castaña doña Rosa se extiende por el cuarto un suave aroma que debe ser como el olor de santidad.
Yo quisiera tener mi vida igual que doña Rosa tiene su castaña, limpia y en orden, sin otras cosas que las necesarias. Pero no vivo aquí, en el rancho, donde todo tiene la sencillez y claridad del agua, y donde nada sobra y nada falta. A mí me falta todo porque me sobra todo. Miro la santa simplicidad de esta castaña y en ella quisiera guardar mi alma. Se volvería limpia y perfumada, como las colchas y sábanas de doña Rosa, que huelen a Dios.
¡Hasta mañana!...