-¡Qué feos han estado los días!
Así decimos, impacientes. Yo, sin ánimo de contradecir a nadie, afirmo que ningún día es feo. ¿Cómo puede hacer Dios un día feo? Todos los días son hermosos por el sólo hecho de ser días. Así caiga cellisca y soplen vientos gélidos; así se llenen los ámbitos de truenos y relámpagos; así los rayos dibujen en el cielo su espectral fulgor, cada día es un don que se debe agradecer.
Pero sucede que somos eternos inconformes. En tiempo de calor extrañamos el frío, y cuando el frío cala nuestros huesos sentimos añoranza del calor.
Hay un medio seguro para no sentir calor ni frío: es estar muerto. Pero he aquí que, gracias a Dios, estamos vivos. Demos pues gracias a Dios por los días. Por todos los días.
¡Hasta mañana!...