Sobre la ramazón del nogal grande los cuervos ponen su negror. En la mañana que no es casi mañana, entre la bruma, la visión de los oscuros pájaros sobre la desnudez del árbol es una tristísima visión.
Yo no le temo a la tristeza. Es parte de la vida, como el gozo. Cuando me llega la recibo como a una visitante a la que veo poco, pero a la que debo hospedar temporalmente. No la extraño cuando se va, lo reconozco, pero tampoco me inquieto cuando llega.
Ahora estoy triste. No sé si son los cuervos quienes han puesto en mí esta murria, o la neblina del día gris, sin sol. Pero se irá la niebla, y otra vez la mañana será azul. También se irán los cuervos. Ya sin ellos recordará el nogal que es nogal, y nuevamente se llenará de verde. También yo me llenaré con el azul y el verde de la vida, y esperaré con igual ánimo a que lleguen esas dos visitantes pasajeras: la alegría y la tristeza.
¡Hasta mañana!...