Los geranios son flores muy modestas. Tan modestas que ni siquiera tienen ser individual. Decimos "la dalia" o "la magnolia", pero nunca decimos "el geranio": decimos siempre "los geranios". Exhalan el mismo olor a clavo del clavel, se pintan con iguales colores que la rosa, pero les son ajenos lo mismo la aristocracia de ésta que el casticismo popular de aquél.
Por eso yo quiero a los geranios, y en mis nostalgias hay una maceta florecida que riega por las tardes mamá Lata, la madre de mi madre. Llegan los fríos invernales y los geranios mueren. La implacable tijera podadora los corta hasta la raíz. Pero vienen los soles abrileños, y de las mismas raíces brotan los renuevos que darán más flores.
Los geranios, estoy seguro, no temen a la tijera que los corta, pues saben bien que no los matará del todo. Por lo mismo tampoco yo debería sentir miedo de la tijera podadora.
¡Hasta mañana!...