Mi amigo John O?Boyle, irlandés de origen, tenía todas las sabidurías de un hombre que ha vivido con plenitud la vida. Cuando encendía su pipa y hablaba de mujeres, de libros o de vinos, me parecía un personaje de Nathanael West.
Entre las muchas cosas que John O?Boyle sabía estaba la receta de una cura infalible para ese incurable mal que es el catarro. Si la implacable plaga lo atacaba John se confeccionaba una mixtura que llamaba "toddy", hecha de agua caliente a la cual añadía una cantidad igual de whisky, una cucharada grande de miel de abeja y el jugo de un limón. Bebía aquel ardiente líquido y luego se metía en la cama y dormía ocho horas, hasta sudarlo bien. Amanecía como si el catarro no existiera sobre la faz del mundo.
Saber un remedio para el catarro es gran saber. En determinado momento puede importar más que saber todo sobre Shakespeare o acerca del átomo. John O?Boyle poseía esa sabiduría que a veces se necesita tanto: la sabiduría de lo necesario.
¡Hasta mañana!...