Jean Cusset, ateo con excepción de cuando mira el mar, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-La teología de la liberación cae en el error maniqueo de pensar que los pobres son únicamente aquellos que no tienen dinero. Pero la esencial indigencia de la humanidad abarca otras pobrezas: falta de amor, falta de salud, falta de paz, falta -la principal- de Dios... Ante esas carencias humanas todos somos pobres, aun los llamados ricos.
Siguió diciendo Jean Cusset:
-Por eso la Santa Madre Iglesia, al fin madre, ha de ver por todos sus hijos. El infinito amor de Dios nos cubre a todos por igual. No debemos dividir a los hombres, ni poner en ellos semillas de discordia en nombre de ese amor. Debemos hacer que todos los hijos de Dios, hermanos entre sí, participen en la común tarea de conseguir que a todos lleguen los frutos del cielo y de la tierra.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...