John Dee recibió un golpe mortal que casi acabó con sus tareas de filósofo: el rey lo designó su consejero.
Y es que la fama del pensador era muy grande. Erasmo de Rotterdam lo había llamado "lucero del saber". Su cátedra en la Universidad de Londres atraía estudiantes de toda Europa, y su obra Declamationes fue comparada con lo mejor de Séneca.
El rey le ofreció a Dee grabar algunos de sus aforismos en planchas de oro, para memoria de las generaciones venideras. Dee contestó:
-Si en verdad quiere Vuetra Majestad que mis frases duren, inscríbalas mejor en planchas de barro. Puestas en láminas de oro desaparecerán, pues algún día las placas serán robadas y fundidas. El barro, en cambio, tiene la eternidad humilde de la tierra.
El monarca ponderó las palabras de John Dee, y supo que había acertado al nombrarlo su asesor.
¡Hasta mañana!...