Me habría gustado conocer a monsieur Joseph Merlin, de Bélgica. Viajó a Inglaterra el año de 1760, y en Londres asistió a un baile de carnaval. Sorprendió a la concurrencia cuando hizo su aparición en el festejo: se había mandado hacer unos zapatos con ruedas, y entró patinando en el salón.
No le fue muy bien. Había aprendido a patinar medianamente, pero no sabía frenar. Atravesó raudo la extendida sala y fue a estrellarse en un gran espejo que cubría la pared opuesta. El infeliz quedó malamente herido y lacerado.
Su invento causó mucha expectación, pero después de aquel accidente nadie se atrevió a volver a usarlo. Más de un siglo pasó antes de que a alguien se le ocurriera fabricar otro par de patines.
Me habría gustado conocer a monsieur Jospeh Merlin. En un mundo de gente razonable, con los pies en la tierra, él despegó los suyos y se echó a rodar. Gente como él es necesaria para evitar los daños que causa el exceso de razón.
¡Hasta mañana!...
