San Virila predicaba en la pequeña capilla a la que iba de vez en cuando en el tiempo que le dejaba libre su tarea de buscar a Dios en medio de los hombres.
Decía San Virila:
-No debe preocuparnos que algunos hermanos nuestros profesen otra religión. Si voy de noche por un camino, llevo mi lámpara encendida. ¿Me molestaré acaso porque otro lleva también su lámpara prendida, aunque el aceite que usa sea distinto del que alimenta la llama de la mía? Nuestra vida es camino, y todos debemos iluminarlo con esa flama de luz que es el amor. No importa nada que la forma de las lámparas o la fuente de su resplandor sean distintas. Si en verdad nos amamos como el Señor nos enseñó todos nos alumbraremos unos a otros con la misma Luz.
Los humildes feligreses de San Virila entendieron la lección: no importa la forma de la lámpara, lo que importa es que aquél que la lleva difunda amorosamente su fulgor.
¡Hasta mañana!...