En vano San Virila trató de convencer a los incrédulos. Ellos no le creyeron. Bien lo dice el proverbio: “San Agustín predicando pierde ante un burro negando”.
Entonces Virila anunció que les mostraría un gran milagro. Todos se sentaron alrededor. El santo alzó su mano lentamente. Los incrédulos volvieron la vista a todas partes y no miraron nada.
-¿En dónde está el milagro? -preguntaron burlones-.
-¿No lo ven? -se asombró San Virila-. El milagro es mi mano. Vean de qué maravilloso instrumento nos dotó el Señor. Con nuestras manos podemos trabajar, expresar el amor en la caricia, escribir nuestros pensamientos, tocar música, hacer hermosas obras de arte. ¡Dos milagros llevamos en nuestras manos, aunque estén vacías!
Los hombres aplaudieron entusiasmados. San Virila, que era un santo y por lo tanto un artista, les dijo sonriendo:
-También para eso sirven nuestras manos, para aplaudir. Y ése es uno de los mejores usos que les podemos dar.
¡Hasta mañana!...