Desde hace muchos años no se veía eso. Una nevada de abril cayó en lo alto del alto Coahuilón, frente al Potrero. La albura de la nieve semejaba una larga línea blanca entre el verdor oscuro de la sierra y el claro azul del cielo.
Salimos a mirar aquel prodigio. Era radiosa la mañana, y el viento de Las Ánimas se afilaba al llegar al caserío. El día estaba como recién lavado: así debe haber sido el primer día del mundo.
La verdad es que todos los días son como ése: inaugurales. No importa que no tengan amarillo sol, ni rutilante nieve, ni celeste azul, todos los días son recién nacidos. Y el mundo también es nuestra primera casa cada día. Nacemos otra vez con la mañana, y vivimos la vida cada día. Aun en el invierno todo es primaveral.
¡Hasta mañana!...