Mi amigo es del trópico, pero no es tropical. Quiero decir que nació en tierras cálidas, pero su temperamento es más bien dado a la melancolía. Siente nostalgia hasta del día de mañana; se debate en dudas que hacen que comparado con él Hamlet sea un Dale Carnegie.
Invité a mi amigo a pasar unos días en la cabaña que tengo en la sierra de Arteaga. Trajo una balumba de libros entre los cuales vi cosas sombrías de Unamuno y Kierkegaard. Yo le mostré otro libro: el de la sierra. Le hice ver los empinados pinos; el celestial cielo de color celeste; los pájaros azules; las florecillas franciscanas; el caserío tendido a los pies del paisaje igual que un manso perro blanco. La profesional tristeza de mi amigo pareció licuarse en el aire que venía de la montaña. Lo miró todo con deleitación y exclamó luego entusiasmado:
-¡No cabe duda! ¡La sierra de Arteaga es la Suiza de México!
Yo, por modestia, me callé. No le dije que la última vez que estuve en Suiza vi un letrero que decía: "Suiza. La Arteaga de Europa".
¡Hasta mañana!...