En la noche de mayo truena el trueno, y los relámpagos llenan la oscuridad del cielo con su oscura luz.
En noches como ésta el Terry, mi amado perro cocker, se acercaba a preguntarme con su mirada inquieta qué sucedía en el mundo. Yo ponía mi mano en su cabeza, para tranquilizarlo, y eso le devolvía la paz: si yo estaba tranquilo es porque todo en el mundo estaba bien.
Ahora que oigo el trueno como grito de algún oculto dios airado; ahora que el relámpago pone sombras temerosas en la pared del cuarto, aquel miedo del Terry viene a mí. Pon tú la mano sobre mi cabeza, Dios. Hazme sentir que el mundo sigue siendo mundo, y que los perros y los hombres que en él vivimos podemos todavía vivir en paz.
¡Hasta mañana!...