Este era un hombre que no sabía temblar.
Impávido lo dejaban los más grandes pavores. No lo atemorizaba ni el temor.
Quería temblar aquel hombre, porque sabía que hay en el miedo una misteriosa voluptuosidad. Pero nada lo conmovía; no se movía con nada. Deliberadamente buscaba los peligros. Subió a un volcán en erupción, cruzó los mares en una barquichuela, fue a la guerra. Desafió los más enormes riesgos. Alguna vez hasta se enamoró. Pero ni siquiera este gran peligro lo hizo temblar.
Desesperaba ya aquel hombre cuando una vez vio en el fondo de sí mismo, y se conoció como realmente era.
Y aquel día tembló el hombre que no sabía temblar.
¡Hasta mañana!...