San Virila le pidió al prior de su convento que le permitiera ir a la aldea.
-¿Qué vas a hacer ahí? -le preguntó el padre.
-Voy a ver a la gente -respondió San Virila-, y en ella voy a ver a Dios.
Por el camino el santo encontró a un hombre. Le dijo éste:
-¿Es cierto que haces milagros? Me gustaría ver alguno.
San Virila hizo un amplio ademán.
-No sucedió ningún milagro -se burló el hombre.
-Todos los milagros han sucedido ya -respondió el santo-. El ademán que hice no fue para hacer uno nuevo, sino para que vieras los que tienes frente a ti: la tierra, el agua, el cielo... Todo lo que miras es milagro; tú mismo eres un prodigio. Ya no pidamos más milagros, hijo. No sabríamos qué hacer con ellos.
Al decir eso San Virila sonreía, y en su sonrisa sonreía el mundo.
¡Hasta mañana!...