El árbol de chabacano de mi huerto ha rendido cosecha abundantísima. Miro sus ramas dobladas hasta el suelo, y me maravilla la prodigalidad de esta hermosa criatura vegetal.
No deberían llamarse “chabacanos” sus frutos, de color único y mirífico sabor. El adjetivo “chabacano” significa soso. Los chabacanos que da este árbol aroman toda la casa desde la cocina, y son tan bellos que si Cézanne los viera no pintaría ya otra cosa. Tampoco me gusta para ellos el nombre “albaricoques”, tan extraño, tan largo y retorcido... ¿Cómo llamar entonces a este frutal prodigio? Se necesitaría la inocencia de Adán, primer autor de nombres en el mundo, para hallar uno que corresponda a la sencilla perfección de esta síntesis de aroma y de dulzor, regalo del paladar que llega al alma.
¡Hasta mañana!...