Ella parece estampa de otros tiempos. Apenas las primeras sombras de la noche han puesto en fuga los duros calores de la tarde, saca a la acera su silla de bejuco y se sienta a ver pasar la vida.
La ciudad ha crecido, y la calle se llena con los estrépitos del tráfico ruidoso. Pero ella no lo resiente: en sus ojos la calle es la misma donde vivió tantos años con su marido, ausente porque ya está muerto, y donde jugaron sus hijos, más ausentes aún porque la tienen olvidada.
La vida pasa. Las vidas pasan. Aquel tan alto mocetón es el chiquillo que ayer iba a la esquina a los mandados. La joven madre es la muchachita a la que ella tomó en sus brazos para consolarla del susto que el perro del otro lado le causó.
Y se va el tiempo. Se van los tiempos. Y ella sigue en la acera, sentada en su silla de bejuco, como la estampa de un libro donde alguien ignorado escribió, hace ya muchos años, una frase inconclusa.
¡Hasta mañana!...